El genetista y biólogo molecular Francisco J. Ayala acaba de ser galardonado con el premio Templeton, dotado con un millón de libras esterlinas. No crea el lector que se trata de una recompensa científica, que sin duda merece, pues el premio se inauguró con Teresa de Calcuta. De todo ello, sin embargo, me interesa destacar que entre los méritos que la prensa endosa a Ayala entra también que haya sido clave en la refutación del "creacionismo" y del "diseño inteligente" (DI). Al leerlo casi me parto de la risa.

La refutación del creacionismo resulta demasiado fácil para merecer un premio de un millón de libras. En cuanto a la refutación matemática del DI, Ayala carece de conocimientos para ello. El galardonado es un darwinista adicto a la versión dogmática de la selección natural (SN) incapaz de entender matemáticamente el diseño inteligente, teniendo que contentarse con proponer su prohibición como materia a debatir en las aulas. La única crítica técnicamente solvente que conozco de los trabajos de William Dembski, matemático que desarrolló la "complejidad especificada" del DI, es un artículo de Olle Häggström (Intelligent Design and the NFL Theorems).

Es cierto que el diseño inteligente reconforta intelectualmente a los creacionistas pero se trata de planos analíticamente separables. La conclusión que se impone a una persona inteligente y objetiva es que si el DI debe rechazarse por servir de argumento al fundamentalismo creacionista con mayor motivo debemos prohibir el darwinismo en las aulas dado que sirvió de base al racismo, al eugenismo, al nazismo y a los supremacistas.

El más genial lógico-matemático de todos los tiempos, Gödel, trató la prueba de la existencia de Dios con el mismo rigor que sus teoremas de incompletitud. Su demostración es lógicamente impecable si bien la definición de Dios de la que se sirve es cuestionable. Al menos para mí. Lo curioso, quizás porque no invadió el coto de los darwinistas, es que nadie ha acusado a Gödel de creacionista como tampoco nadie se ha atrevido, no, a lanzar semejante anatema contra Whitehead, el binomio de Bertrand Russell en la Principia Mathematica.

Si el DI no fuera científico no habría suscitado decenas de críticas que emanan de revistas como Nature o Science. El diseño inteligente ha obligado a los detentores de la hipótesis de la selección natural, de perentoria observancia académica, a dejar de lado la soberbia y descender a debatir si bien lo de "debatir" es un exceso de lenguaje habida cuenta que la secta darwinista cierra mayoritariamente las revistas profesionales de mayor relevancia, las que cuentan para obten enden el enfoque del DI. No se trata por tanto de una prohibición restringida a las aulas de los colegios sino incluso a las plataformas científicas. Y no digo que los darwinistas practiquen conscientemente un fraude pero sí un abuso.

Parte de la amalgama darwinista se asienta en la manipulación de la opinión pública al cargarle a los partidarios del DI el rechazo del evolucionismo cuando la verdad es que no lo niegan sino que consideran que el Universo en general y la vida en particular es demasiado compleja para que el supuesto mecanismo aleatorio de la selección natural nos haya traído hasta aquí: SN sí pero apoyada en una "información" primera. Yendo algo más lejos ¿se pueden explicar, entre otras, las leyes de la cristalografía aleatoriamente, sin una información primera? ¿Qué debemos deducir de una variación infinitesimal de una de las constantes de la física, experience of thinking, en términos de esperanza de probabilidad de aparición de la vida?

Hay un aspecto, ahora bien, en el que deberíamos estar de acuerdo con los darwinistas: si a falta de debate los partidarios del DI piensan salir del enfrentamiento en curso con la bandera del teísmo triunfante en bandolera transgredirán las bases de la ciencia. El esfuerzo intelectual del DI, y no es moco de pavo, debe centrarse en desenmascarar la fragilidad de la explicación aleatoria de la selección natural sin pretender substituirla por la mano de un "Diseñador" al albur del vacío epistemológico que eventualmente se cree. Porque aunque intuitivamente, y hasta lógicamente, no queda excluido que exista un diseño, la prudencia científica obliga a evacuarlo al no poder probarse por los medios que para ello habilita actualmente la ciencia.