La visita de Benedicto XVI a Compostela el 6 de noviembre, anunciada esta misma semana por el Vaticano, constituye un broche de oro para el Año Santo, como acertadamente lo definió el arzobispo de Santiago, Julián Barrio. La presencia del Pontífice ha despertado una enorme expectación más allá de la esencial dimensión religiosa de la visita, ya que la relevancia social, cultural y económica que conlleva supone todo un espaldarazo a las celebraciones del Xacobeo que, hasta ahora, han arrancado con más pena que gloria.

El logro del viaje de Benedicto XVI no se debe al azar. Aunque todos quieran apuntarse el tanto –ninguno de forma tan infantil como el embajador en la Santa Sede, el ex alcalde de A Coruña, Francisco Vázquez, que perdido por su afán de protagonismo llegó incluso a atribuirse el mérito de la visita- ésta se debe, sin ningún género de dudas, a la ardua, incansable e impagable labor de Monseñor Barrio, como él mismo se ha encargado de aclarar públicamente. El siempre discreto e infatigable prelado gallego no cejó en su empeño hasta conseguir que Su Santidad decidiese poner sus pies en Compostela cuando la Curia vaticana lo daba ya por imposible. Conseguido el propósito, el Arzobispo compostelano se desplazó a Roma para mantener una audiencia privada con el Papa a la que acudió junto con el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, para apuntalar un viaje crucial para los intereses y la proyección internacional de Galicia.

Benedicto XVI ya ha proclamado que vendrá a Santiago como peregrino de la fe dando ejemplo de "sencillez y austeridad". Con su visita, el Papa demuestra su deseo de multiplicar la trascendencia del Año Santo y el culto al Apóstol en todos los pueblos de la cristiandad. El Vaticano es consciente además de que su presencia en Santiago, uno de los tres grandes focos del peregrinación del catolicismo –junto con Roma y Jerusalén- constituye el mejor marco posible para renovar el llamamiento a las raíces cristianas de Europa, formulado por su predecesor, Juan Pablo II, precisamente en la catedral compostelana en 1982, en la última visita de un Papa a Galicia. Qué mejor escenario para hacerlo que el final de un Camino que está en los orígenes de la vertebración de Europa y en su configuración social y cultural.

Pero no basta con congratularse y cegarse con la visita como si con ella todo estuviese ya hecho. No lo está, ni mucho menos. Es más, no hay motivo alguno, a la vista de cómo ha arrancado el Xacobeo, para confiarse y ser condescendientes. El año ha comenzado mal para el turismo, pese a las previsiones oficiales. No sólo no remonta, sino que las pernoctaciones en Galicia han caído un 6% en enero, mientras en el conjunto de España se ha producido un ligero repunte. Bien es cierto que estamos todavía lejos de la temporada alta y que esto no ha hecho más que empezar, pero no parece por lo visto hasta ahora que podamos confiar en exceso en el milagro de atraer a 8 millones de visitantes. El propio Feijóo se ha apresurado a rebajar el objetivo inicial previsto de 10 a 8 millones, una cifra que se acerca más a la registrada en el último Xacobeo de 2004, cuando Galicia recibió 6,5 millones de turistas.

El presidente gallego ha reivindicado el trabajo hecho por su Ejecutivo para sacar adelante un acontecimiento en el que, denunció, "no había nada hecho" cuando llegó al gobierno. Tampoco le falta razón. Con todo, mantiene su previsión de que el Xacobeo contribuya a incrementar el PIB gallego un 0,5%, generando un impacto de 200 millones de euros en nuestra economía.

Pero desde diversos sectores, y no sólo de la oposición, se han levantado voces que cuestionan que el gobierno esté siendo lo suficientemente diligente. Algunos episodios hay ya que evidencian descontrol y falta de organización. Base como ejemplo lo que acontece con el Pórtico de la Gloria. Resulta inconcebible que los millones de peregrinos que acudan a Santiago se vean privados al final de su viaje de contemplar y deleitarse con el incomparable pórtico románico de la catedral, oculto por los andamios en pleno Año Santo a causa de la nefasta negligencia de quien debiera haber previsto que su restauración no iba a estar a tiempo para una cita de tal calibre. Bien está que se corrija ahora el error. Y cuanto antes se retiren los andamios, menos serán los decepcionados. Tampoco parece un ejemplo de diligencia el hecho de no haber concedido hasta esta misma semana la multimillonaria campaña de promoción del Xacobeo, de 6 millones de euros, que ha correspondido al grupo Carat.

La programación de los actos culturales y musicales, lejos de los fastos de citas anteriores, también suscita críticas. Para muchos se trata de una agenda excesivamente modesta que no anima a un desembarco masivo de visitantes. En cualquier caso, el éxito del Xacobeo no se arregla con la contratación de un cantante de moda, entre otras razones porque el Xacobeo exige un compromiso superior al de cualquier fiesta patronal al uso. Tampoco se sabe aún cómo se va a materializar la promesa de que las grandes ciudades, incluida Vigo, tengan presencia activa en los eventos para extender el Xacobeo a toda Galicia, ni cómo piensa el Gobierno central concretar su compromiso de colaboración.

Así arranca el Xacobeo. Con la buena nueva de la inesperada ayuda del viaje papal y un buen montón dudas. Galicia no volverá a tener una oportunidad semejante hasta 2021, así que ha llegado ya la hora de despejarlas.