Sería bueno tener una imagen del propio país, objetivable en alguna medida, para saber si todos hablamos de lo mismo cuando nos referimos a la crisis, España y tal. Se va viendo que ser la octava economía del mundo no se diferencia tanto de ser el primer imperio y puedes figurar así en la historia oficial y, al tiempo, tener al paisanaje explotado por un ciego miserable y que te puede moler a palos, al que engañar con las uvas, el vino y los charcos.

Centurias de economistas proponen hacer de la vejez una experiencia de pobreza general, compatible con el retiro "resort" del "senior", polo, rayban y visera en popa. Para 2034 celebraremos el segundo centenario de la muerte de Malthus, padre de la demografía, injustamente postergado. Se llevará el control de la senilidad.

Se ponen cachondos los comentaristas en la radio pidiendo al gobierno que tome medidas impopulares, que reparta ricino político para purgar sobre un pueblo hipotecado hasta las cejas, en el que cuatro millones de personas están en el paro, donde adultos de treinta años son llamados jóvenes porque viven con sus padres, donde una gran masa cotiza sobre mil euros si vive en una gran ciudad, es un profesional y ha hecho carrera y master y, sobre 600 si no cumple alguno de estos requisitos. Y si es mujer puede cobrar un 30% menos, sin que se sepa cómo y cómo no hay detenciones. Todas esas cosas se oyen a los tertulianos, los estados carenciales y la purga.

En este país de muchos funcionarios, la mayoría mal pagados y con salarios tendentes a la hipotermia, hay en el sector privado una baja productividad compatible con los horario laborales más extensos de Europa pero hacen falta sacrificios, medidas impopulares, purga con aceite y sobre todo que se determine sobre quién, de los que queden fuera de las situaciones anteriormente descritas, se aplicarán las medidas necesarias.