El pasado 1 de marzo hizo un año que el Partido Popular consiguió 38 diputados en la Cámara Autonómica, 1 más que en la anterior legislatura, a pesar de tener 5.000 votos menos que el PSdeG y el BNG juntos, y eso le permitió acceder al gobierno de la Comunidad Autónoma. Es el momento del balance, conviene hacer memoria.

El presidente Feijóo comenzó su mandato articulando su discurso sobre argumentos falsos que intentaban, por una parte demonizar a sus antecesores, y por otra, permitirle llevar a cabo sus políticas sin excesivas justificaciones a los ciudadanos.

Todos recordamos el supuesto agujero financiero heredado, propagado a los cuatro vientos, y que acabó convertido en nada, en una burda coartada para deslegitimar la acción del gobierno anterior, y justificar los recortes que los populares querían hacer en determinadas partidas de gasto, ya para el año 2009, y por supuesto, en el presupuesto de 2010.

Otro de los ejes fue la mal entendida austeridad, un discurso que en un momento de crisis económica como el actual siempre vende, pero que viendo los presupuestos se ha quedado en puro maquillaje, se almacenan los viejos coches oficiales en un garaje, mientras se compran otros nuevos, se suprimen los delegados provinciales, pero sólo el nombre, ahora son jefes territoriales… ¿del movimiento? ¿con carné del PP?

Pero llegó el momento de gobernar… y las promesas incumplidas se amontonan, la lucha contra el paro –más de 30.000 nuevos parados–, la paga de 200 euros de los pensionistas –borrada del mapa–, la reducción impositiva en el tramo autonómico del IRPF, uno de los caballos de batalla del PP –congelada–, una cosa es predicar, y otra dar trigo…

La estrategia política de este gobierno está clara para todos, excepto para la televisión pública gallega, la paralización, con una caída de la licitación de obra pública del 60%, unos 900 millones de euros de contratación en 2009, y la privatización de todas las políticas sociales, sanidad, servicios sociales, educación, etc. Un ataque sistemático y premeditado a las políticas sociales y los logros del anterior gobierno; las familias, los trabajadores, los pensionistas, la universidad.

La estrategia personal del presidente Feijóo en el PP a nivel nacional, antepone los intereses de Galicia a los suyos propios. Él y su gobierno atacan indiscriminadamente a cualquier política puesta en marcha por el gobierno de España, y se niegan a colaborar con el Estado en la búsqueda de una política concertada contra el paro y la crisis, tal y como ocurrió en la reunión con las comunidades autónomas a finales de 2009.

El gobierno de Núñez Feijóo ha construido su agenda política al margen de las preocupaciones de los gallegos. Hablaba antes del número de parados y la situación de crisis en la que vivimos, mientras el gobierno gallego ni está, ni se le espera. Mantiene una postura de observador, y lamentablemente de generador de desconfianza, en vez de utilizar todos los recursos públicos para reactivar la economía gallega. Conselleiros que brillan por su ausencia, que observan impasibles como la situación económica se deteriora, mientras ellos recorren Galicia ofreciendo ayudas que nunca llegan.

Este gobierno presentó unos presupuestos de la Xunta para 2010 que condenan a Galicia a tener más paro, más deuda pública, menos inversión productiva, menos educación y una sanidad peor. Y el problema es que ya en estos dos primeros meses del año los resultados están a la vista. Aumenta el desempleo, continúa disminuyendo el número de empresas, y Galicia, que tenía a comienzos de 2009 un diferencial positivo en crecimiento del PIB frente a España de 1.5 puntos, ha visto como este diferencial literalmente desaparecía un año después.

Un gobierno paralizado en lo importante, y que únicamente ha introducido crispación y tensión, abocando a callejones sin salida aquellos temas que ha abordado. La combinación de la inoperancia, el autoritarismo y la absoluta falta de diálogo han llevado la lengua gallega y las cajas de ahorro a auténticos callejones sin salida. Galicia y los gallegos no nos merecemos esta situación.

Un gobierno que no ha conseguido mejorar en ningún aspecto la vida de sus ciudadanos, y que únicamente ha introducido tensión en la vida social y política. Las manifestaciones en defensa de la lengua, de la pervivencia de instituciones financieras o de la sanidad pública, lo ponen de manifiesto. Una ciudadanía moderna que observa perpleja cómo su presidente acepta, por una foto, formar parte del séquito del arzobispo de Santiago, un aroma a antiguo régimen inconcebible en el siglo XXI.

En suma, la "revolución" de Feijóo, una mezcla de oportunismo y "tea party", políticas "neocon" plagadas de medias verdades que se acaban convirtiendo en grandes mentiras, y que lo único que hacen es enmascarar los verdaderos objetivos que persigue, los beneficios de algunos en detrimento de los derechos de la mayoría.