Durante mucho tiempo estuvo mal visto que te gustasen las canciones de Frank Sinatra, Dean Martin o Perry Como, hasta el punto de que cuando “La Voz” vino a España a actuar por segunda vez, en el año 92, sus conciertos recibieron la indiferencia de la crítica y fueron un completo fracaso de público. Probablemente arrepentidos de su hostilidad hacia Sinatra, algunos rostros populares venidos desde Madrid acudieron de incógnito a su concierto en A Coruña, ocuparon posiciones retiradas de la tarima y velaron su identidad aumentando la discreción de la penumbra con ostensibles gafas de sol. A la salida del memorable concierto, los fervorosos seguidores de Frank habían reforzado su admiración y sus detractores cambiaron de opinión y se convirtieron a la fe en aquel tipo cuya voz aún prodigiosa desmentía los muchos años que llevaba encima de los escenarios. A su muerte, ocurrida seis años más tarde, ya nadie le discutía a Sinatra su magisterio y se le consideraba una referencia ideal para quien quisiese dárselas de tolerante, o de bohemio, incluso si se trataba de presumir de cierto barniz iconoclasta. Poco antes se había extinguido casi en el anonimato la figura irrepetible de Dean Martin, aquel tipo al que nadie jamás se atrevió a discutirle que fuese el hombre que mejor se sincerase sin dejar de mentir en los dos minutos y medio que por término medio duraban sus canciones. En cuanto a Perry Como, muchos de quienes ahora admiran su voz en realidad supieron de él con motivo de su muerte y para el gran público sigue siendo tan desconocido como sin duda lo son Bobby Darin o Ray Price, por no citar al caso sangrante de Bing Crosby, el memorable precedente de Sinatra como “crooner” y uno de esos personajes cuya lejanía histórica ya resulta legendaria. Desde luego, si alguien busca algo de Crosby en los grandes almacenes, con un poco de suerte lo encontrará sepultado de baratillo por los discos de esos muchachos de Operación Triunfo que solo entrarán en la Historia el día que la Historia admita erratas. Es como encontrar a Adurey Herpburn mirando las joyas de Tiffany´s al otro lado de la puerta de un establo.

Por más que lo piense, me cuesta entender los motivos por las que fueron tanto tiempo ignorados aquellos tipos. Si bien se mira, hasta resulta difícil entender las razones por las que ahora son rendidos admiradores de Sinatra los mismos que hace solo quince años no se privaban de confesar la indiferencia o el desprecio que les inspiraba. A lo mejor es que lo censuraban sin conocerle o lo evitaban porque vivíamos en una época en la que no estaban bien vistas las emociones. De Sinatra como persona se dijeron siempre cosas muy malas, lo que sin duda ayudó a la destrucción de su imagen, aunque, curiosamente, la actitud general de su detractores se invirtió a partir de que la muerte de Frank contribuyese al rebrote de cuantos rumores acerca de sus malas compañías en teoría tendrían que servir para exterminarlo como modelo antes de que el paso del tiempo lo convirtiese en un mito indestructible. Aun a riesgo de equivocarme, yo creo que la solidez legendaria de la figura de Frank Sinatra se debe irónicamente a la fragilidad de su reputación personal. Muchos de sus seguidores se acercaron al repertorio del cantante después de haber sido atraídos por la confusa biografía de un tipo del que se sabe que solo durmió ocho horas seguidas a partir de que alguien certificase su defunción. Dean Martin había llevado una vida parecida a la de Frank, pero a sus detractores les faltó tesón para difamarlo, de modo que fue destruido sin apenas necesidad de golpearlo. ¿Y qué decir de Perry Como? Cuatro años más viejo que Sinatra, le sobrevivió tres y murió sin que entre nosotros haya gozado nunca de verdadera popularidad. De origen italiano, como Frank y como Dean, el bueno de Perry era también un cantante de voz varonil y agradable, un tipo que sin tener el encanto personal de Martin ni el gancho carismático de Sinatra, permaneció en activo casi hasta la muerte, pinchaba con las chinchetas de sus conciertos los mapas de medio mundo y había aprendido de “La Voz” a cantarle a las mujeres con aquella exclusiva entonación que a Frankie le permitía tener la absoluta certeza de que las chicas estaban dispuestas a darle su aplauso, su corazón y la llave de su dormitorio. Gracias a Internet es ahora posible la justa resurrección de todos aquellos hombres. Quienes los escuchen sabrán por qué fue injusto que cayesen tanto tiempo en el olvido. Conocidas sus canciones y su voz, los nuevos devotos se interesarán por sus vidas. Y entonces muchacho, entonces descubrirás que había en aquellos tiempos unos cuantos hombres al estilo de Frank Sinatra, aquel tipo capaz de trasnochar cuatro días seguidos, fumarse un cigarrillo sin haber echado aún el humo del anterior y salir a cantar después de haber enjuagado el mal sabor de boca con la tierra del cementerio. Como me dijo mi amiga S., “Si me gusta Sinatra, cielo, es porque es la clase de adorable canalla que se merece que una mujer le dé al mismo tiempo una bofetada y su número de teléfono”.

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