Así que, oído el mensaje del señor presidente Núñez Feijóo sobre la cuestión lingüística y el decreto que pretende normalizarla, quizá no le molesten a don Alberto un par de reflexiones. La primera para alegrarse de lo que parece un síntoma de distensión, al menos en las posiciones que hasta ahora ha fijado la Xunta. La segunda, para recordar a quienes critican esperaban antes ese indicio el refrán según el cual nunca es tarde cuando la dicha llega.

En este punto, y antes de proseguir, quizá resulte oportuno repetir algo ya dicho; que no se defiende la necesidad de que sea sólo la Xunta la que mueva ficha. Hay otros factores en el problema que, además de exponer una legítima inquietud por el presente y el futuro de la lengua gallega, echaron leña a esa hoguera con la intención política y partidaria de aumentar el fuego y subir la temperatura hasta niveles incómodos.

Mucha gente aquí -en varios asuntos, además- ha advertido del riesgo que conlleva este tipo de calores, sobre todo si falla el termostato. Y es bueno comprobar que al menos en esto, hay reacción. Cuando el jefe del gobierno habla de que el decreto es un borrador e insiste en que espera aportaciones dice algo que se sabía, pero que estaba distorsionado por el ruido ambiental.

Ahora lo que hace falta es que esas aportaciones lleguen, y en una línea constructiva. Quienes se decidan a presentarlas no debieran olvidar que el asunto del idioma tuvo notable influencia en la vuelta del PP a la Xunta, aunque un sector nacionalista lo discuta. Y eso, puesto en votos, da -en cualquier país democrático- más legitimidad a quien gobierna y aplica su programa que a quien se opone y lo rechaza.

En todo caso, y desde el respeto a otras opiniones, no vendría mal que el Gobierno gallego meditase en serio acerca de cómo ha llevado este asunto hasta ahora. No para flagelarse en público, que ningún sentido tendría -porque de eso ya se encargan sus rivales-, sino para, de ser preciso, flexibilizar posturas cara al debate de las aportaciones que le lleguen. Porque si no llegan, los críticos tendrían también mucho que explicar.

Algunos observadores apuntan que quizá hubiese podido, la Xunta, habilitar esa fase antes de dar a conocer el borrador -de forma que éste fuese resultado y no pórtico de un diálogo-, pero también es verdad aquello de que a veces lo mejor resulta enemigo de lo bueno. Y lo bueno será que haya pax lingüística en vez de guerra, que -eso sí- es lo que desea la inmensa mayoría de la sociedad.

¿O no...?