En el corto espacio de un día se han muerto don Sabino Fernández Campo, conde de Latores, y doña Carmela Arias y Díaz de Rábago, condesa de Fenosa, ambos figuras relevantes de la aristocracia española posterior a la Guerra Civil. El condado de Latores (un pueblecito cercano a Oviedo) fue concedido por el Rey Juan Carlos en mérito a los servicios prestados por quien fue secretario de la Casa Real durante muchos años. Y el condado de Fenosa (Fuerzas Eléctricas del Noroeste Sociedad Anónima) fue otorgado por el general Franco (que mandaba más que un rey) a Pedro Barrié de la Maza, un financiero amigo suyo y entusiasta colaborador del régimen dictatorial desde el primer momento de la insurrección militar. Y ese título es, justamente, el que ha heredado su viuda ahora fallecida, aunque la empresa que creó su marido prácticamente ha desaparecido tras su absorción por Gas Natural. La historia de la sociedad anónima que da lugar a este título no deja de ser azarosa porque fue el resultado de la forzada fusión de la Fábrica de Gas y Electricidad, que poseía Barrié en la ciudad de A Coruña, con Electra Popular Coruñesa, propiedad del empresario José Miñones, fusilado por los llamados nacionales por su simpatía hacia los ideales republicanos. Miñones, que fue el principal constructor de Ciudad Jardín, escribió una carta a su familia perdonando a sus asesinos y pidiendo a Dios por ellos. Ya no estamos en la Edad Media, cuando los títulos nobiliarios, y la posesión de los dominios que iban aparejados con ellos, cambiaban de mano por la fuerza de las armas. Y como no es conjeturable que el condado de Fenosa vaya a ser absorbido también por Gas Natural, la distinción pasará a alguno de los herederos de la condesa. En cambio, los recibos de la luz todavía llegan a los usuarios a nombre de Unión Fenosa, un detalle sentimental que debemos agradecer en estos tiempos de deslocalización salvaje. Los medios, como es lógico, dan mayor relieve al fallecimiento del conde de Latores que al de la condesa de Fenosa, porque don Sabino se ha convertido en una figura histórica de la transición desde la dictadura hasta la democracia. Un paso que él supo dar con una elegancia natural innata y una innegable vocación aristocrática. Hay dos asturianos a los que le sienta divinamente la chaqueta. Uno de ellos era el conde de Latores y el otro es el actor Arturo Fernández. El ovetense la llevaba con un estilo impecable, de alta comedia inglesa, dejando caer los brazos por los costados con una estudiada languidez. El gijonés, en cambio, la viste con una movilidad sincronizada de brazos, cejas y ojos que le sirve para subrayar aspectos cómicos de los papeles que interpreta, casi todos de vodevil. La participación supuestamente decisiva de don Sabino en la frustración del golpe de Estado del 23-F se ha exagerado en la prensa por el hecho de haberle negado a su buen amigo el general Armada permiso para visitar al Rey en la Zarzuela ("Ni está, ni se le espera"). Parece históricamente contrastado que quien tuvo una influencia decisiva fue el general gallego Quintana Lacaci, que paró por propia iniciativa la salida de la Acorazada Brunete con dirección a Madrid. Aquel juego conspirativo entre militares franquistas de toda la vida se resolvió a favor de la sensatez. En cualquier caso, vaya todo mi afecto para María Teresa, la viuda de Fernández Campo, una querida compañera, tan guapa como discreta.