Somos cada vez menos, más viejos, tenemos las pensiones más bajas de España, nuestros salarios son de pena y por si todo ello fuera poco, una encuesta acaba de revelar que los gallegos padecemos también más dificultades de erección que los restantes moradores de la Península. Y aún hay anunciantes que nos invitan a vivir como gallegos, los muy masoquistas.

Un 58 por ciento de los varones consultados en Galicia confiesa efectivamente tener carencias de alzamiento y/o de rigidez en cierta parte o partes, de acuerdo con un estudio médico difundido ayer para nuestro oprobio. Bien pudiera ocurrir, desde luego, que simplemente fuésemos más sinceros al contestar que los ciudadanos de otros territorios de España; pero lo cierto es que el dato concuerda con el alto grado de envejecimiento de la población de este país. Ya se sabe que ciertos órganos tienden a venirse abajo cuanto más sube la edad de sus poseedores y usuarios.

Lamentablemente, no es eso lo único que baja en una Galicia donde, por no subir, no suben ya ni los precios. Las aflictivas cuentas del Instituto Nacional de Estadística nos recuerdan invariablemente año tras año que las pensiones de los gallegos son las más flacas de España y que la mayoría de la población asalariada de este reino apenas llega a la triste condición de mileurista.

Bien es verdad que, a cambio, nuestra tasa de desempleo está varios puntos por debajo de la media española. Infelizmente, ese dato podría guardar alguna relación con el hecho de que la población de Galicia comenzase a retroceder este año en números absolutos, de tal modo que no es que aquí haya más empleo, sino menos gente entre la que repartirlo. Se trata de una mera hipótesis, claro está.

No obstante, basta echar un vistazo a las noticias de las últimas semanas para llegar a la fácil conclusión de que este es un país de tango que va cuesta abajo en la rodada. Los titulares de estos días son una firme garantía de desconsuelo y abonan la creencia de que la vieja tribu de Breogán padece el rigor de todas o casi todas las desdichas.

Una de esas desventuradas noticias sugiere, por ejemplo, que la crisis económica ha acentuado la ya fuerte dependencia de las aportaciones del Estado e incluso de la UE que sufre Galicia. No es que vivamos de prestado, puesto que algo aportamos también los gallegos a la economía española; pero el dato revela que este país está cada vez más lejos de ser autosuficiente.

Prueba aparente de ello es otra estadística difundida la pasada semana según la cual los gallegos son los habitantes de la Península que menos basura ssssssssssproducen. Pudiera parecer que somos más limpios que los demás, pero en realidad ese dato sugiere que aquí hay menos riqueza, se consume en menor cantidad y por tanto se generan menos residuos. Otras reseñas dan cuenta de la caída de la licitación de obra pública o de la escasez de prestaciones sociales, pero tampoco es cosa de abrumar en demasía al lector.

Nada de novedoso hay en esas recientes informaciones, acostumbrados como estamos por aquí a desayunarnos cada día con un sapo. Este fue, a fin de cuentas, el último reino autónomo al que llegaron las autovías y -salvo improbable milagro-- será también el postrero que vea entrar en sus andenes esos fabulosos trenes-foguete de los que ya disfrutan desde hace décadas otros territorios españoles más afortunados. Para compensar Galicia dispone, eso sí, de una autopista marítima cuyo intenso tráfico de petroleros no nos deja un duro, aunque a cambio haya obsequiado a los gallegos con hasta siete mareas negras en los últimos treinta años.

Impasibles frente a esos y otros infortunios, los vecinos de este país siguen sosteniendo en una animosa máxima que ser gallego equivale a haber cursado una carrera. Tal vez no les falte razón. Aunque antes que académica parezca más bien una carrera de obstáculos.

anxel@arrakis.es