No es algo que le haya escuchado a una mujer madura que hubiese compartido su vida con un tipo áspero e inquieto que un día se largó de casa y la dejó sumida sin remedio en esa balnearia soledad anovulatoria que hace que se le caiga la casa encima. Se lo escuché de madrugada hace algunos años a una muchacha recién licenciada en la Universidad de Santiago. Su confianza me venía derivada de la amistad de años que yo tenía con su padre, aquel viejo e inolvidable pianista que en tantas noches de cabaret había tocado para mi las melodías desencantadas y melancólicas que reforzaban en mi cabeza el desolador pero agradable efecto de las copas. A pesar de su juventud Pili Paredes daba la sensación de conocer a los hombres tanto como si cada pensamiento suyo fuese el resultado natural de haber compartido alguna vez su vida con cualquiera de esos tipos al que las mujeres consideran un error haberlos conocido y una desgracia cuando los pierden de vista. Me dijo Pili: “Parece un contrasentido, pero yo creo que aunque muchas mujeres se casen con el hombre amable, fiel y obediente, en realidad de quien están enamoradas es del tipo cínico, evasivo y embustero, pero inimitable, que odias que vuelva tarde a casa pero del que siempre recordarás lo sincero que parecía al darte el beso de buenas noches a las siete de la mañana”. Mantuve con Pili Paredes una sincera amistad coincidiendo con la tertulia que entonces compartía cada madrugada con un grupo de colegas y amigos en el pub “O Galo d’Óuro”, en la que también fue inolvidable el ronroneo insomne de mis charlas con Raida, aquella muchacha ourensana tan sensible e inteligente que arrastraba sus asignaturas de derecho con la misma pesadumbre que si los estudios se hubiesen convertido para ella en un pesado fardo de chatarra. Pili era escéptica y al mismo animosa, pero la de Raida era la compleja e insondable personalidad de una mujer de veintitantos años que parecía doblegada por el peso abrumador de las amargas e irreversibles experiencias de alguien que le doblase la edad. Ambas tenían en común la idea de que su tiempo se consumiría en la inútil espera por la irrupción en sus vidas de un hombre que fuese lo bastante atrevido como para acercarse a ellas y lo bastante irresponsable como para envejecer a su lado. Por lo mucho que pude saber de su espíritu creo que el camino que llevaban ambas las abocaba sin duda a sucesivos y magníficos fracasos sentimentales y a decir algún día lo que le escuché en cierta ocasión a la madura y desencantada Marisa P.: “El divorcio ha rebajado mi nivel de vida, pero no es eso lo peor. ¿Sabes?; lo peor es que me he ido quedando sin expectativas y me doy perfecta cuenta de que a esta edad es casi imposible rehacer mi vida al lado de un hombre realmente apasionante que me dé verdaderos motivos para romper con él. Ya no me interesan los hombres buenos. Antes de casarme me enamoré de un tipo poco recomendable y me dejé presionar por el ambiente hasta que rompí con él. Después estuve casada diez años con un hombre decente y puntual que llegaba a la iglesia antes incluso de que lo hiciese Dios. Aunque me haya costado dinero, fue un alivio retocar el buzón del portal y romper con él. Ahora sobrellevo la soledad como puedo y a veces, ¿sabes?, a veces hago tiempo para el sueño mientras recuerdo con nostalgia la última vez que me hizo daño un hombre”... Cuando le comenté esta historia, Pili Paredes no dudó en sumarse a lo que sentía la mujer madura: “Tal vez soy demasiado joven para decir estas cosas, pero yo creo que es más emocionante enamorarse del hombre equivocado, ya sabes, del que no te conviene, no sé si me explico... el tipo que llegó tarde a una cita, arrima con desgana una silla a tu mesa del café y te seduce con las flores que había comprado para otra chica”. Nunca supe qué habrá dicho Raida al respecto, pero en nombre de la inolvidable amistad que me unió con ella, y con la coartada de lo mucho que aún la quiero, me tomo la respetuosa libertad de suponerlo: “He escrito muchas cosas pensando de madrugada en la posibilidad de que irrumpiese en mi vida uno de esos hombres que al invitarlos a deshora a casa te cortan la retirada, te roban el alma y te queman el mantel. ¿Y sabes qué he conseguido con tanto escribir? Poca cosa: Matar el tiempo, perder la esperanza y joder la letra. En el fondo ni tu ni yo estamos verdaderamente hechos para el amor. No podríamos soportar una relación sin salir huyendo tan pronto nos sintiésemos amenazados por el insoportable tedio de la felicidad”...

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