Uno de los campos en los que la ciencia ha dado paso a progresos más espectaculares de cara a los ciudadanos que, interesándose por los logros científicos, no son especialistas, es el de la neuroimagen. A veces he comparado la situación en la que nos encontramos desde que la tomografía de emisión de positrones abrió ese cuerno de la abundancia: ante un mundo nuevo y sorprendente, como en la época en que Van Leeuwenhoek, al disponer de los primeros microscopios, descubrió la riqueza de microorganismos que se oculta en una gota de agua.

La imaginería cerebral permite retratar, por así decirlo, el pensamiento, los correlatos de activación neuronal que se producen cuando el sujeto de experimentación piensa. Pero conviene andarse con mucha cautela cuando un salto técnico así permite llevar a cabo análisis y detecciones imposibles con anterioridad. Es fácil dejarse llevar por la euforia sacando conclusiones exageradas.

La revista Science ha dedicado esta semana un número especial a los avances de la neurociencia y, en concreto, a la oportunidad que brinda la neuroimagen para entender mejor los procesos cerebrales. En el artículo introductorio, a guisa de editorial, Atsushi Miyawaki, director del Advanced Technology Development Core en el Riken Brain Science Institute de Saitama, Japón, pone de manifiesto cómo la convergencia de modelos de simulación y mapeo y el desarrollo de técnicas de computación avanzadas está permitiendo tener una idea muy precisa tanto acerca de lo que es una neurona como de la manera en que funciona una red cerebral. Se detecta así la organización dinámica y la actividad coordinada de poblaciones de neuronas. El último grito al que alude Miyawaki es el campo de la optogenética: la técnica fusión en las neuronas de proteínas fluorescentes y proteínas funcionales que permite obtener imágenes de la actividad de conexión en conjuntos muy grandes de neuronas.

El objetivo final de la neuroimagen y la modelización es el de entender en qué consisten conductas como el conocimiento y el aprendizaje. Pero, ya digo, hay que tener cuidado con lo que damos por averiguado. Mark Schnitzer, de la Stanford University de Palo Alto (California) trabaja en la construcción de un instrumento de imaginería óptica que permitirá observar la actividad neuronal simultánea en un centenar de moscas de la fruta (Drosophila melanogaster). Se llegará así no sólo a saber de qué manera se activa cada cerebro sino de qué forma funciona la individualidad. Resultados así pueden ser de una trascendencia filosófica y social enorme. ¿Se imaginan lo importante que es saber de qué forma diferente actúan los criminales y los santos? Pero creer que de esa manera se va a llegar a las experiencias personales es un tanto prematuro. Lo crucial del pensamiento, las sensaciones cualitativas como puedan ser las de calor y frío, o las de amor y odio, puede que jamás escapen de lo más íntimo de la conciencia de cada uno.