Vengo de una fiesta en Vigo de la que me marché en ese momento en que sientes llegar la miel a los labios, cuando ves que el espacio escénico te pertenece, todo te sonríe y a todo sonríes. En realidad marchar cuando todo parece que empieza no es más que una táctica de supervivencia, inteligencia emocional al fin y al cabo, de veterano de guerra que sabe que ya no aguanta el cuerpo combates nocturnos demasiado prolongados y que, si lo hace, va a estar lamiendo sus heridas más tiempo del que la autoestima permite sin daño. Por eso dejo las fiestas justo cuando empieza ese vértice del placer en que la racionalidad deja de mandar en el escenario corporal, que allí era cuando el austriaco Walter Hagman iniciaba esa fantástica ascensión al piano que ya he conocido otras noches, en la barra dos bellas huríes bailaban incitantes, menudeaban besos y abrazos, aquella chica del vestido apretado empezaba a guiñar el ojo desde la esquina y aparecían amigos hasta bajo los cristales de los ceniceros. Iniciada pues la madrugada, tomé puerta con el dolor de quien pierde un placer pero gana un deber que es el de escribir estas líneas sin resaca. Bien está la renuncia cuando es ocasional pero nunca ha comprendido uno a esas pobres víctimas del deber ante cuyo altar han sometido una vida racional y prosaica. ¡Oh, dios, cómo echo de menos el piano vertiginoso de Hagman cuando escribo estas líneas, instalado ya en la sobriedad más plebeya y con la vulgaridad del sueño como destino irrefutable!

Dice mi amigo sociólogo, que ha leído mucho pero no ha vivido nada, que la fiesta crea un ambiente nuevo al romper la rutina diaria y al mismo tiempo es "una intensificación de la vida en un lapso corto de tiempo",que permite construir escenarios donde se manifiesta la incertidumbre de lo fugaz, el desorden del descontrol, el desvanecimiento de las fronteras, la comparsa de las burlas, las risas de la esperanza, las nostalgias de lo efímero, la sensación de la alegría, la superposición de la transversión con la reversión, la puesta en escena de lo desigual... Sólo puede describr tan bien lo que anida bajo el espíritu de fiesta uno de estos teóricos que no han vivido ninguna y pueden dedicar su tiempo a analizarlas. Suele pasar así entre esos tipos. Es cierto que porque soy blanco, nacido en el mundo rico, en el seno de sus culturas urbanas y en un período de bonanza he podido asistir a muchas fiestas hasta llegar a pensar alguna vez que, como la locura en su etapa discontinua, se habían engarzado unas con otras en una espiral sin salida. He sobrevivido e incluso rentabilizado tan peligrosa experiencia pero, ahora que puedo mirar hacia atrás, me pregunto qué sentido tendría mi memoria si en ella no estuvieran alojadas y apretujadas horas de placer y desvarío que me han sacado del pozo de la prosaica realidad cotidiana. Miro hacia atrás y puedo decir, por suerte, sin novedad en el frente, aunque no pueda negar las bajas de quienes me acompañaron en el camino. Miro hacia atrás y me pregunto cómo Santo Tomás no añadió entre las causas de la existencia de Dios estos cuerpos humanos tan increíblemente resistentes a los excesos del placer o del dolor, del amor o de la guerra.

Homo habilis, homo erectis, homo sapiens, pero también homo ludens, homo festus. Los humanos somos tan diversos que hay quienes sólo valoran la visita a museos, catedrales, monumentos o lugares históricos... lo cual pertenece a la parte más elevada de nuestra cultura y sensibilidad aunque, por sí sola, corresponde a individuos tan respetables como indeseables por coñazos; entre este tipo de gente están quienes subliman una idea, una religión, un pueblo, y lo convierten en objeto patológico de sus deseos. Hay también quienes prefieren vivir y formar parte de bares, tabernas, mercadillos, suburbios, plazas, cantinas, playas y antros de perversión donde la gente se reúne para comer, beber, bailar, ligar o lo que menester sea, ansiosos por conocer la cultura presente más que la pasada, estar con los vivos más que resucitar la memoria de los muertos. Si miro hacia atrás siento que a mi vida y equilibrio los justifican más las historias subterráneas que se acumulan que las horas interminables de serio trabajo también amontonadas. Aquellas con las que podría hacer un libro de risas y aquellas que no pueden ser contadas. Yo pido barra libre "all included". Otros creen de superior valor moral las ofertas culturales. Que con su pan se lo coman y aprovechen.