Lete se ha revelado como un extraordinario prestidigitador. El secretario-mago tomó el viernes un proyecto de cinco millones y, abracadabra, lo ha convertido en una comisión que estudiará las necesidades del atletismo en Galicia. Ha transformado lo concreto en universal, o sea, sin limitación de espacio ni tiempo. Para Lete, la política ya no es el arte de lo posible sino un poético viaje a las estrellas. Trabaja literalmente para la eternidad, que es al parecer la legislatura que se concede.

Lete, que vuelve de Madrid resabiado, tampoco ha tenido que emplear a fondo sus recursos. Cuando el tropel atlético entró en su despacho, leyó en sus caras la desunión: un presidente federativo con otras prioridades en mente (quizá convertir uno de los mausoleos de la Cidade da Cultura en pista cubierta), un delegado preocupado por conservar su reino de taifa, un concejal fácilmente neutralizable gracias al desbarajuste legal y especialistas predispuestos a la calderilla. Así que ha aplicado el abecé del manual administrativo: la comisión como mordaza y muerte. Lete reside en Vigo y nos entiende. Esta es la ciudad de la maqueta y la infografía. Balaídos engrosará los fondos de ese museo necesario; el de la dolorosa distancia entre el sueño y la realidad.

¿Pero cómo acusar a Lete de la fragmentación del atletismo? ¿De su cainismo? Esta familia, que presume de sus glorias, es la responsable primera de su miseria. Habitan en un bucle. Levantan castillos de arena que la próxima marea electoral derruirá y ni siquiera se quejan. Una imagen los retrata: el pequeño monolito a los olímpicos, misterioso entre la hierba mal segada. Como el vestigio de una civilización desaparecida.

Y así será. La reforma se hará innecesaria ante la falta de usuarios. Es otra táctica. La provincia se ha poblado de campos de fútbol sintéticos. El atletismo suena a antiguo en estos lares, a fornicación, ricino y pesetas. Entrenarse en Balaídos es cosa de extravagantes, que arriesgan sus tobillos y su sistema inmunológico en cada carrera y cada ducha.

No creo en los dirigentes. Atufan a componenda. Aún sí en la muchachada que se pelea con las goteras y entienden el deporte como calidad de vida. Han de ejercer como sus propios abogados. Estos chavales son lo único que separa al atletismo vigués de la inexistencia. Tendrán que luchar, además de correr. Su generación renuncia a la política, les asquea, pero la política no es el voto sino esto: dignidad.