El holandés Marinus Michels fue elegido por la FIFA como mejor entrenador del siglo XX. La designación seguramente es merecida, pero lo hubiera sido igual si en vez de a Mr. Marmol (así se le llamaba cuando entrenó al Barcelona, por su carácter duro y su fuerte temperamento), el organismo rector del fútbol mundial le otorgase el galardón a Helenio Herrera, Matt Busby, Lobo Zagallo, Arrigo Sachi, Bujadin Boskov, Johan Cruyff, Fernando Daucick, Udo Latekk, o a cualquiera de los muchos y buenos adiestradores que hubo en ese periodo de tiempo, el de la expansión incontenible de un deporte que fue inventado en el siglo XIX. A propósito de esa elección, hubo abundante polémica en la prensa deportiva sobre las características que debe reunir alguien que quiera dedicarse con éxito a ese oficio. En este punto siempre hay dos posturas enfrentadas. La de quienes le dan importancia primordial a los conocimientos adquiridos previamente durante una larga trayectoria como jugador profesional. Y la de quienes les otorgan más mérito a la formación en una buena escuela de preparadores, al estudio táctico, al carácter, a la perspicacia psicológica, y a la capacidad de liderazgo y de comunicación. La discusión es inacabable porque hay ejemplos espléndidos de los dos casos, pero la mayoría coincide en que una experiencia previa como jugador, aunque no sea en equipos de primera línea, siempre es necesaria. Alguien que no se haya calzado nunca unas botas de fútbol y no sepa darle al balón, difícilmente puede destacar como entrenador por mucha formación académica que haya acumulado. En cualquier caso, pertenecer a una escuela o a la otra no garantiza el éxito. Al italiano Arrigo Sachi y al español Benito Floro, su irrelevante calidad como futbolistas no les impidió triunfar en los banquillos. En cambio, a Maradona, que fue uno de los tres más grandes dándole patadas a la pelota, se le cuestiona su competencia para dar instrucciones desde la banda. Distinto fue el caso de Di Stéfano, que después de ser considerado el mejor jugador de todos los tiempos, supo desempeñar un honorable papel como entrenador, aunque no arrasó como se esperaba. Y ahora tenemos a la vista la experiencia exitosa de Pep Guardiola que prácticamente ha pasado de triunfar en el campo de pantalón corto a ganar seis títulos seguidos como estratega. Como ocurre siempre en la vida, es una combinación de habilidades, y algo de suerte, lo que resulta decisivo. Es posible que un pasado glorioso como futbolista sea un inconveniente a la hora de dirigir un grupo humano. El que sabe hacer muy bien una cosa, y no tiene la habilidad o la paciencia necesarias para enseñarla a los demás, puede caer en la tentación de exigir a los pupilos un rendimiento que nunca podrán alcanzar. Y caer en la arrogancia, el menosprecio, o la desesperación. Yo aprendí bastante de todos los entrenadores que tuve. Desde respetar al contrario hasta escupirle en la cara para que pierda los nervios y lo expulsen. Pero lo más apasionante de ese oficio me parece la posibilidad de ganarle a una escuadra muy superior y a un estratega competente con una trampa de guerrillero. A propósito de ello, Marinus Michels solía decir que "el fútbol profesional es como la guerra: quien se comporta con demasiada limpieza está perdido". Y lo dice el considerado mejor entrenador del siglo XX.