Agotados los fondos y –ay- los fugaces empleos del Plan E, el Gobierno prepara ya una segunda remesa de billetes con la que seguir inventando puestos de trabajo virtuales a la espera de que la crisis toque milagrosamente a su fin. Esta vez el maná ascenderá a 5.000 millones de euros, de los que 300 caerán como fina lluvia sobre las calles de los municipios de Galicia. Si esto sigue así, vamos a tener las aceras más relucientes de Europa.

La idea del nuevo programa, al que bautizaremos como Plan F, es darles "sostenibilidad" a los ayuntamientos. Extraña palabrota que, sin embargo, podría estar bien traída al caso, dados los serios riesgos que no pocas de esas instituciones locales corren de venirse abajo por falta de sustentación financiera.

Cuestión distinta es el precio a pagar por esta política de aceras, losetas y socavones que amén de embellecer las ciudades pretende dar lustre a las negras cifras del desempleo. La suma de los dos planes urdidos por el Gobierno asciende a la bonita cifra de 13.000 millones de euros que, antes o después, será necesario abonar: y con intereses. Con las arcas vacías y a falta de árboles de los que broten billetes en lugar de hojas, lo que se está haciendo en realidad es cambiar puestos de trabajo temporales por deudas tenazmente duraderas.

Lejos de improvisar –como a menudo se le acusa-, el Gobierno ha recurrido a una vieja fórmula de John Keynes, economista norteamericano famoso por sus teorías a favor del gasto como paliativo de la crisis. Keynes sugería que en tiempos de penuria económica es preferible mantener a los trabajadores ocupados en abrir y cerrar zanjas antes que dejarlos mano sobre mano y sin un sueldo. Parece un sinsentido, pero el autor de la teoría lo explicaba bajo el principio de que vale más financiar el trabajo –aunque sea virtual y más o menos inútil- que destinar los recursos al pago de subsidios de paro.

Acertada o no, esta variante de la economía de ficción ha sido entusiásticamente aplicada por los ayuntamientos españoles gracias al baño de millones del Plan E, que ahora continuará con el F. Alcanzó gran repercusión internacional, por ejemplo, el traslado de la estatua de Cristóbal Colón a unos cien metros de distancia del lugar que antes ocupaba en la plaza madrileña que lleva el nombre del descubridor de las Indias. La obra carecía de utilidad aparente, pero tal vez no dirán lo mismo los 65 trabajadores a quienes esa corta singladura del Almirante de un lado al otro de su plaza proporcionó empleo y salario durante algunos meses.

No todos los trabajos del Plan E consistieron en cambiar las cosas de sitio, naturalmente. El dineral repartido entre los ayuntamientos permitió a no pocos alcaldes ensanchar las aceras, plantar árboles y dejar sus ciudades hechas un pincel, aunque en algunos casos –Vigo, por ejemplo- el grueso de la mano de obra empleada procediese de Portugal. Nada de lo que extrañarse si se advierte que Galicia forma a todos los efectos una eurorregión con el Norte portugués y, a fin de cuentas, estamos integrados en una Unión Europea que facilita la libre circulación de trabajadores.

Infelizmente, los efectos del mentado plan sobre el empleo han sido tan fugaces como pronosticaban los agoreros que nunca faltan. Tanto es así que la subida del paro en los dos últimos meses se comió de un bocado el superávit creado con fecha de caducidad por el programa de obras "sostenibles". La deuda generada para sufragarlas persistirá, sin embargo, durante años.

Quedan aún, cierto es, muchas letras del abecedario con las que ir bautizando los sucesivos planes hasta que no quede una acera por remozar ni un carril-bici sin pintar. Lástima que el Gobierno no dispusiera en su día de un Plan A ni aun del habitual Plan B alternativo con los que se suelen afrontar globalmente estas crisis. Habrá que resignarse a los parches.

anxel@arrakis.es