Leo una entrevista con Crys Bryant, secretario de Estado para Latinoamérica del gobierno laborista británico. En ella explica su peripecia política personal que le llevó de ser un joven conservador a militar en el partido laborista. La transformación ideológica se produjo durante un viaje a varios países suramericanos. Estando en Chile, vio como la policía de Pinochet cargaba contra un grupo de demócratas que asistían al entierro de dos compañeros cantando una canción muy famosa de León Gieco. Esa que empieza con la estrofa "sólo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente..." y que tantas veces oímos en la voz de Mercedes Sosa. Los agentes de la dictadura lanzaron botes de humo para dispersarlos y Bryant, al recoger una de las latas del suelo, observó que eran de fabricación inglesa. Después de este incidente, estuvo en Perú y en Argentina, donde pudo darse cuenta de las profundas desigualdades sociales y del clima de violencia que azotaba las ciudades. A su regreso a Londres escribió al primer ministro conservador, denunciando que la industria británica dotase de material represivo a la dictadura militar. No recibió contestación. Luego le ocurrió lo mismo con los liberales. Hasta que encontró buena acogida en un miembro del gabinete en la sombra laborista, que promovió varias iniciativas para conseguir que se dejase de exportar esa clase de armamento al gobierno de Pinochet. Para entonces, Bryant, ya era afiliado del Labour Party. "Fui a Suramérica conservador y volví laborista". Las transformaciones ideológicas sinceras, dentro de un espectro democrático, son perfectamente respetables y no nos deben sorprender demasiado, salvo en los casos en los que obedecen a intereses materiales o políticos oportunistas. San Pablo cayó del caballo siendo un perseguidor implacable de los cristianos y, bien por causa del batacazo contra el suelo, bien porque lo haya derribado de la silla una luz cegadora venida de lo alto, cambió espectacularmente de trayectoria y se hizo apóstol del bando que perseguía. La conversión al cristianismo del emperador Constantino fue, en cambio más táctica, por interés de la maquinaria política romana y razones de concentración del poder. Un cambio revolucionario, que convirtió a la minoritaria secta cristiana en religión del Estado y a la postre en sañuda inquisidora de todo lo que no fuese la ortodoxia oficial. Transformaciones políticas hay muchas. Todos sabemos que algunos destacados dirigentes del PP (Arriola, Villalobos, Piqué, Del Castillo...) fueron antes conspicuos militantes comunistas. Y lo mismo ocurre con los llamados locutores estrella de la radio y tertulianos afines. El famoso Jiménez Losantos pasó de la extrema izquierda a la extrema derecha liberal, y en las tertulias más reaccionarias siempre disponen de algún socialista arrepentido para alancear al Gobierno en la seguridad de que no hay peor cuña que la de la misma madera. La historia del ahora laborista Bryant me trae a la memoria el caso de un amigo mío de Betanzos. De joven, fue a trabajar a Inglaterra. En una ocasión, durante una campaña electoral, estaba en un pub con unos amigos cuando entró el primer ministro conservador Harold McMillan. Este les preguntó por sus ideas políticas y todos le contestaron que, siendo trabajadores, lógicamente, sus simpatías se inclinaban hacia la izquierda. "¿Pero no hay nadie entre ustedes que tenga alguna propiedad?", insistió. "Yo tengo algo", contestó mi amigo. "Pues entonces usted tiene que ser conservador", reflexionó McMillan. " Me convenció aquel hombre. Desde entonces soy conservador. Ojo, conservador, no fascista, que es algo que se confunde en España".