Un equipo de futbolistas musulmanes se negó el otro día a disputar cierto partido de liga contra otro formado por militantes de la causa gay, alegando que su fe no les permite tales alegrías y que, en fin: mariconadas las justas. Paradójicamente, el lance ocurrió en París, la que otrora fue ciudad luz y capital de la Ilustración hoy convertida –por lo que se ve- en refugio multiétnico de la intolerancia.

La noticia parece sacada de un episodio de Los Simpson o cualquier otra imaginativa serie estadounidense, pero ya se sabe que la realidad supera al arte e incluso a los guionistas. Por extraño que resulte, no hay ficción alguna en este caso. Existe el club islámico, existe el club gay y –por si esos asombros fuesen pocos- existió también la negativa de los futbolistas musulmanes a rozarse en el campo de juego con los que a sus ojos y a los de Mahoma no son sino un grupo de depravados.

De hecho, el equipo víctima del desaire lleva el revelador nombre de Paris Foot Gay y fue creado justamente para combatir los prejuicios aún vigentes sobre los homosexuales. El de los devotos de Alá se llama Créteil Bébel y, a pesar de las apariencias, "Créteil" no es el equivalente francés de cretino, sino un municipio de los alrededores de París que presta su denominación al club. Se ignoran las razones por las que uno y otro han coincidido en una misma liga, pero –como quiera que fuese- está claro que el islamismo ha llegado en su expansión por tierras de Occidente a los mismísimos dominios del fútbol.

Es toda una revolución. Decía el argentino Jorge Luis Borges que hablar de "literatura comprometida" tiene tanto sentido como referirse a la "equitación protestante", pero lo cierto es que el paso del tiempo ha acabado por imponer la lógica del absurdo. Prueba de ello es que ahora ya existe el concepto –sólo en apariencia extravagante- de "fútbol islámico", orgullosamente acuñado por los jugadores del Créteil de París. De momento no han nacido equipos de hockey católico o de balonmano budista, pero todo se andará una vez dado el primer paso.

El incidente ha causado cierto revuelo, como no podía ser menos en la patria de la Ilustración, la libertad, la igualdad, la fraternidad y el laicismo. Aun así, las autoridades deportivas francesas se han mostrado cautas y ni siquiera hay noticia de que el rebelde equipo musulmán vaya a ser expulsado de la liga con dirección a la mezquita más próxima. Cuando ciertas creencias andan de por medio, lo habitual es que los gerifaltes al mando se tienten la ropa y templen gaitas.

Nada cuesta imaginar, en cambio, lo que hubiera ocurrido si –a la inversa- el equipo de los gays se negase a jugar contra un grupo de musulmanes de la rama troglodita. Si tal fuese el caso, los gritos de escándalo se estarían oyendo ahora mismo en los cielos de Alá y bajo la cúpula de la Alianza de Civilizaciones en la que tanto empeño y dinero lleva invertido el Gobierno español.

Por fortuna para los píos jugadores del Créteil, su actitud será interpretada como una muestra de multiculturalismo y acaso entendida como un cabal ejercicio del derecho que les asiste a que sean respetadas sus creencias. Las de los demás no importan, que para eso son infieles.

Algún blasfemo de los que nunca faltan sugerirá tal vez que nadie está obligado a jugar al fútbol, pero sí a aceptar las reglas de la sociedad en la que vive. Consciente de ello, Groucho Marx solía decir que "jamás aceptaría pertenecer a un club que admitiese a gente como yo", jocosa máxima que quizá los musulmanes de la rama más extrema podrían adoptar como propia para beneficio de todos.

Infelizmente, el sentido del humor no es un rasgo que caracterice a los fundamentalistas, ya sean islámicos o de cualquier otra confesión. Consuélense en todo caso los desdeñados futbolistas del Paris Foot Gay. En Irán ya estarían colgados de una grúa.

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