Como todo visitante de Nueva York que se precie, también yo peregriné en su día hasta el Dakota, el elegante, centenario y maldito edificio ubicado en el exclusivo Upper West Side de Manhattan. Soy poco mitómano, pero la contemplación del Dakota desde la acera de enfrente, en una noche fria y lluviosa del invierno neoyorquino, me produjo un extrano desasosiego. Caí, en realidad, bajo la influencia de su halo trágico y oscuro. Allí, bajo el paraguas, casi podía contemplar en flash back el asesinato, a sus puertas, de uno de sus más famosos inquilinos, John Lennon, o las veladas de espiritismo que otro vecino ilustre, el actor Boris Karloff, celebraba en su apartamento. Se cuenta que, cuando Karloff murió, el Dakota sufrió tales fenómenos de poltergeist que buena parte de sus ocupantes salió despavorida a la calle. Por entonces, el reputado satanista Aleister Crowley organizaba en su interior rituales de magia negra en los que convocaba a las fuerzas más oscuras de la naturaleza. El Dakota nos remite, también, a otra famosa víctima, todavía viva, de su maleficio: el director de cine Roman Polanski. Allí rodó, supongo que para su desgracia, Rosemary´s Baby, estrenada en España como La semilla del diablo. Con sólo 35 años, Polanski acababa de casarse con la hermosa Sharon Tate. Tenía fama, prestigio y dinero, y de repente su vida se torció. El compositor de la banda sonora de la película, el arreglista de jazz polaco Krzysztof Komeda, su íntimo amigo, murió en abril del año siguiente tras una larga agonía provocada por un accidente de tráfico. Cuatro meses después, mientras Polanski estaba de viaje en Londres, una panda de locos liderados por Charles Manson entró en su mansión de Los Ángeles y asesinó de forma salvaje a su mujer, embarazada de ocho meses, y a cuatro amigos más. Las conexiones de ese suceso con las sectas satánicas que se habían manifestado frente al Dakota durante el rodaje de Rosemary´s Baby se hicieron evidentes cuando, tras la detención de Manson, se supo que él y sus secuaces habían tenido tiempo de matar, la noche después de hacerlo con Tate, a un empresario, Leno LaBianca, y a su mujer, que no por casualidad se llamaba Rosemary. Después de esa tragedia, Polanski atravesó un periodo de oscuridad personal y artística, y en 1973 fue acusado de drogar y violar, durante una sesión fotográfica en la casa de Jack Nicholson, a una niña de trece anos, Samantha Gailey. Aunque alcanzó un preacuerdo con el juez, acabaría huyendo a Francia, su país natal, y convirtiéndose desde entonces en prófugo de la justicia estadounidense. Durante estas tres décadas ha firmando obras de arte perdurables y Samantha Gailey ha solicitado, una y otra vez, que sea perdonado. Durante estas tres décadas ha vivido, también, largas temporadas en su casa de la estación suiza de Gstaad sin que a ninguna autoridad helvética se le ocurriese echarle el guante, de ahí que sorprenda la forma en que lo hicieron hace unos días, a la americana, o sea con esposas en ambas manos, como quien captura a un peligroso prófugo, aprovechando que visitaba Zurich con motivo de una retrospectiva sobre su obra. Tiene 76 años, y sigue en prisión. Al hijo de Gaddafi, en su día, lo trataron mejor. Quizá, en fin, acaben extraditándolo. Porque la sombra del Dakota es alargada.