A los políticos y banqueros responsables de la situación por la que atraviesa la economía española habría que preguntarles cuando fue la última vez que les sudaron las manos por algo que no fuese una ilegalidad, una tarde de golf o un remordimiento. Habría que preguntarles también a los dirigentes sindicales si recuerdan en estos dos últimos años alguna actitud suya en la que la preocupación por sus afiliados no se hubiese producido a consecuencia de un simple descuido. Pero hay muchas otras preguntas que nos atañen a todos y cuya contestación, si fuese sincera, nos llevaría tal vez a aborrecernos a nosotros mismos. Por ejemplo, ¿cómo hemos dejado correr los acontecimientos sin plantarles cara siquiera, hasta el punto de que hemos llegado a la resignación sin haber pasado siquiera por la furia? ¿Esperaremos a la mendicidad para defendernos con uñas y dientes de la posibilidad nada remota de caer en ella? ¿Asistiremos impasibles a la creciente evidencia de que el confort de los buenos tiempos nos ha inculcado la personalidad colectiva de un pueblo al que el esfuerzo de la lucha le resulta más desalentador que la mórbida pereza de la pura y simple claudicación? Una vez que hayamos tocado fondo, ¿haremos al menos el mínimo esfuerzo que se necesita para siquiera merecer in extremis la desgracia de lo que nos ocurre? Es triste pertenecer a un pueblo que no hace nada por su prosperidad, pero aún más lamentable pienso yo que sería formar parte de un pueblo que, por delegar cómodamente en dirigentes irresponsables, ni se ha tomado la más mínima molestia de intervenir al menos en la surrealista grandeza de su propia destrucción. ¿Por qué extraña razón hemos de confiarle nuestra recuperación a los líderes a los que por desgracia les confiamos antes nuestro hundimiento? Y no pensemos en que el Gobierno sea más responsable que la oposición, porque aun siendo cierto que es el Poder quien decide el curso puntal de los acontecimientos, no lo es menos que los dirigentes del otro lado no hacen con sus manos sino frotarlas a la espera de que sobrevenga una hecatombe contra la que no luchan de una manera honesta porque este país está lleno de políticos formados desde siempre en la idea insecticida de que el éxito propio solo puede tener su origen en el fracaso del otro, igual que el buitre medra a expensas de cualquier cadáver, sin importarle que se trate del cadáver de alguien de su misma especie. Así ha sido siempre entre nosotros y nada ahora mismo hace presagiar que las cosas vayan a mejorar de una manera sensible si antes no nos sacudimos cada uno el terrible cromosoma histórico que ha determinado que seamos un país al que la ciencia siempre se le ha dado peor que la religión, y el tarot, mejor que la contabilidad. Esa debe de ser la razón por la cual se nos hace tan difícil ponernos de acuerdo para mejorar el hospital y el motivo por el que a los españoles nos resulta tan fácil acordar la ampliación del cementerio. ¿Será que en la vida, como antes en los guateques, nos conformamos con ser el tipo listo que sabe donde se apaga la luz?

jose.luis.alvite@telefonica.net