Nicolás Sarkozy, tan efusivo y besucón, ha llegado a poner en aprietos a Angela Merkel, que se ha visto obligada a reprimir las euforias amistosas del presidente francés. Qué duda cabe, sin embargo, de que es mejor ir derrochando cariño por el mundo que hacer de la antipatía un estandarte, como le ha pasado a otros estadistas que hablaban de la simpatía con desdén. Pero, más allá de sus afectuosos modos, Sarkozy debe tener de la amistad un particular concepto. Acaso porque para él todos los conocidos son amigos, como ocurre a muchas personas, o porque son tan variados sus gustos que lo mismo es amigo de Aznar que de Zapatero, y mucho más, porque dice admirarlo mucho, de Berlusconi. Y esto último sí que es preocupante. De todos modos, como la amistad entre los gobernantes no es imprescindible y, por el contrario, algunas amistades pueden llegar a tener efectos contraproducentes para los gobernados, como la de Aznar con Bush, digamos que es respetable que entre Sarkozy y Zapatero se dé ese afecto personal que la amistad implica, como había anunciado el presidente francés antes de viajar ayer a España, pero no deja de ser un asunto íntimo que si bien no estorba a la relación institucional nos permite recordar que una cosa es la amistad y otra el trabajo. La amistad es un afecto puro y desinteresado, como bien revela la conversación captada por la policía entre el presidente valenciano, Francisco Camps, y un amigo suyo, excesivamente dadivoso, en la que lo llama “amiguito del alma” (hacía regalos sin pedir nada a cambio), pero los encuentros entre dos gobernantes tienen que ser necesariamente interesados, como les exigimos los gobernados. En todo caso, como quiera que la amistad supone un afecto personal ordinariamente reciproco, habría que pensar qué han visto en Sarkozy Aznar y Berlusconi, con miradas tan similares, y si ha visto lo mismo en él Zapatero, al que se supone una mirada distinta.

Y APARTE. Es probable que entre José Luis Rodríguez Zapatero y Nicolás Sarkozy funcione cierta química que propicia una atracción recíproca, pero eso no basta para una verdadera amistad. Tal vez Sarkozy admire en Zapatero el aplomo, ese talante que a Rajoy ponía tan nervioso, y Zapatero en Sarkozy el nerviosismo que lo lleva a llegar antes de hora o le permite estar en dos sitios al mismo tiempo. Pero la propia definición de la Academia dice de la amistad que nace y se fortalece con el trato, y ni es tan antiguo el trato del uno con el otro ni tan frecuente. Bien es verdad que si en Sarkozy es todo tan acelerado que unos meses de noviazgo le bastan para un matrimonio, no es descartable que para una gran amistad no necesite él mucho tiempo. Sea como fuere, la constatación de que los mandatarios de dos países vecinos como Francia y España se lleven bien es tan positiva para la relación entre los dos países como para nuestros intereses en la Unión Europea y, ya se ha demostrado, para nuestras relaciones exteriores, pero por si a Rajoy le sirve de consuelo, celosillo porque la derecha moderna europea haga amistades con la izquierda, no todas las declaraciones de amor entre los líderes son tranquilizantes; a mi me gustaría saber a ciencia cierta por qué Zapatero y Sarkozy se quieren tanto.