La ciudad italiana de L’Aquila ostenta el lema latino “Immota manet”. La Tierra se burló de esta reivindicación de la inmovilidad, y la sacudió inmisericorde. Zapatero padece también seísmos de génesis confusa, surgidos de filas paragubernamentales. Los temblores verbales proceden del fiscal general, del gobernador del Banco de España, del antiguo director de la Oficina Económica del presidente -David Taguas percibe una pensión de cien días por año trabajado en La Moncloa, pero propone que la indemnización de los restantes trabajadores se reduzca a 24 días por año-, del vicepresidente Solbes demandando la jubilación anticipada, del secretario de Estado David Vegara o de Ramón Jáuregui -el depuesto portavoz adjunto exagera cuando califica al Parlamento Europeo de “cementerio de elefantes”, porque es un cementerio a secas .

Ninguno de los cargos citados sobresale por su hostilidad al PSOE que los nombró. Su currículo tampoco abona la intemperancia. Sin embargo, el escalonamiento de críticas los asimila a un orfeón cuya vibración agrieta el monolitismo imperante en las filas socialistas. Contra el tópico de que un gobernante se hunde al quedarse sin amigos, en realidad naufraga cuando ya no puede distinguir a sus enemigos. El presidente ha combatido la disidencia intestina con una crisis ministerial pero, al llevarse el partido al Gobierno, deja al partido sin gobierno. Cuando se enconó la situación a domicilio, Zapatero se volcó en la dimensión exterior, y entonces Sarkozy puso en duda su inteligencia, en una revelación que trascendió a Libération.

La alusión a la presunta nesciencia de Zapatero era inoportuna. Se produjo en vísperas de la cumbre hispanofrancesa más importante de los últimos siglos, entre Carla Bruni y Letizia Ortiz. La discusión se ha centrado en averiguar si Sarkozy debió incurrir en el exceso verbal, porque la exactitud de su apreciación se ha dado por descontada. Se registra así un nuevo acto de sumisión a la preeminencia cultural francesa. Un estadista de ese país no puede incurrir en error al emitir un juicio de Pirineos abajo. Pocos atenderían a una valoración en sentido contrario. Esta aceptación contrasta con el nivel cultural del hiperpresidente francés, bastante relativo. El inteligente era Villepin, ensayista y poeta de brillo que llegó a batirse en un libro a dos voces con Jorge Semprún, con la identidad europea en cuestión. Entre los residentes del Elíseo, Sarkozy no es digno de limpiar la biblioteca de Mitterrand.

Sarkozy matizó que Zapatero ganaba elecciones a pesar de su dudosa inteligencia, olvidando que ese argumento puede aplicarse fácilmente a su ascenso al trono de París. Por lo tanto, y vistos los precedentes españoles o norteamericanos, habría que discutir si el sabio electorado prefiere gobernantes de intelecto asequible y por debajo de la media, hipótesis ya defendida por Bertrand Russell. Pese a que su historial académico experimentó la inflación de rigor, Adolfo Suárez siempre fue encuadrado como el “político de onda corta” de que habla Javier Cercas en “Anatomía de un instante”. De González se conserva el recuerdo de que leía “Memorias de Adriano”, un tomo no demasiado abultado para casi tres lustros en el gobierno. Aznar se enfrascaba en el libro mientras cultivaba sus abdominales, una contorsión que no favorece una lectura de calidad. Calvo Sotelo responde al modelo de intelectual con piano, por lo que hundió su gobierno y su partido en un plazo récord.

La única conclusión del exabrupto de Sarkozy es que inteligente debe traducirse por francés, el único fiel de la cultura planetaria. Zapatero comparte con sus predecesores el dominio de la lengua francesa, que es el inglés primitivo. En Estados Unidos levantaría sospechas un presidente que cumpliera con los niveles de inteligencia que Sarkozy exige a los demás. Clinton ocultaba su estancia en Oxford, y el mayor triunfo de Obama consiste en haber llegado a la Casa Blanca pese a su brillante trayectoria en Harvard. En el libro de la dramaturga Yasmina Reza, que recoge los frutos de su acceso total al actual presidente galo durante la campaña electoral, el entonces candidato habla con efusividad de dos políticos españoles, Zapatero y Rubalcaba. Sus correligionarios Aznar y Rajoy no le merecen una sola línea, quizás porque su inteligencia está más allá de cualquier comentario.