A veces el tiempo se echa encima y uno no sabe de qué diablos escribir o como enfocar cualquier idea común para que su lectura resulte al menos agradable. Los jugadores del cine siempre cuentan con inclinar a su favor la timba gracias al as de corazones que por fortuna llevan bien disimulado en la manga. Cuando todo parece irremisiblemente perdido, en la alta comedia al estilo de Leo McCarey al desencantado galán se le ocurre a última hora la frase maestra que corta la retirada de la elegante señora y la devuelve a su lado desandando in extremis la pasamanería de sus propios pasos hasta caer rendida entre los brazos de aquel tipo cínico y mujeriego, por otro lado encantador, al que jamás se le notan en el esmoquin los muchos golpes que por lo visto le asestó la vida. Otras veces se invierten los papeles y él acude tarde y arrastro a una cita cuando ella empezaba a desesperar, y aunque parece muy afectada por la zozobra y por las copas, sin perder la compostura iguala sobre la barra de la “boite” los palillos de martini y se rehace con una frase que invierte definitivamente el curso de los acontecimientos: “Jamás había esperado tantas aceitunas por un hombre del que me consta que soy su escalera de incendios y su mejor cualidad”. ¿Por qué no se nos ocurrirán de vez en cuando a nosotros esas frases que nos liberan de la monotonía y tanto ayudan a iluminar la vida? Y si se nos ocurren, ¿por qué diablos callamos? ¿Será que desconfiamos de nuestras ideas y creemos que solo mereceremos ser recordados por nuestro silencio? ¿O que no hemos dado con la compañía que agradezca sinceramente nuestras frases? A veces ocurre que las circunstancias no son las mejores y que no vale la pena arriesgar el cebo si el resultado previsible es la captura de un pez que no sea luego comestible y solo sirva para engordar el río. Por otro lado, las mejores historias suelen ser aquellas que jamás saldrían bien si no fuese porque son imaginadas. En una ocasión abordé en la barra de un bar a una mujer que estaba sola y antes que nada le dije que no pretendía en absoluto molestarla. Ella no se dio por aludida. Me expliqué: “No es necesario que digas nada. No hables si no quieres. Me gustan las historias que parece que no arracan y aquellas otras que solo avanzan para poder descarrilar. Mi problema es que no tengo tema para mi columna del miércoles y he pensado en ti. Tu cabeza lleva media vida dando vueltas en la mía y al despertar por la mañana tus brazos se han estirado cientos de veces en mis brazos. Nos conocimos en Berlín una noche en la que la niebla era pana y duplicaba el espesor del muro; tal vez por eso no recuerdas mi cara. Octubre del 89. El mundo estaba a punto de cambiar y nosotros, ¿recuerdas?, nosotros... bueno, tú estabas sola en la barra de aquel bar y yo me acerqué, como hice ahora, y te dije que el mundo ya no sería igual cuando levantase la niela. En Berlín Este la hierba ya no nunca sería gris y a este lado del muro ya no sería posible encontrar nunca más una perla de Taiwan en el categring de la embajada americana. No hables si no quieres, pero eso es lo que ocurrió y así fue como nos conocimos. Han pasado los años pero juraría que a tu rostro solo le han envejecido el fotógrafo, los testigos y los espejos. En mi rostro de ahora queda apenas el vago parentesco de mi rostro de entonces, pero, ¿sabes?, en mi cabeza nunca enfrió del todo el retén de la tuya. En Europa hay mapas nuevos y lo que entonces estaba en los periódicos, amiga mía, está ahora enterrado en la Historia. La verdad es que mi columna del periódico no contaba esta noche contigo. Te imaginaba lejos de aquí. Tú tenías planes y yo tenías planes, pero me dijiste que mis planes no entraban en tus planes. Pensabas mudarte al Sur y ver como secaba al sol el mapa deshidratado de Africa. Yo te dije que no iría porque Africa también estaba cambiando y no me apetecía aprender banderas nuevas. No digas nada si no quieres, amiga mía, pero ahora estamos aquí, tomando juntos un martini sin aceituna en un bar sin espías y sin apátridas, tú, una mujer de mundo que estuvo en sitios a los que ni había llegado aun la geografía, y yo, ¡que quieres que te diga!, yo, un periodista de provincias que esta noche tendría que escribir de cosas que en realidad no tienen mucho que contar”...

jose.luis.alvite@telefonica.net