A partir de la idea de que la exclusiva competencia de un presidente de Gobierno para formar su gabinete significa muy ancho margen de maniobra y poca obligación de explicarlo, no parece que se le puedan poner muchas pegas al que ayer anunció el señor Núñez Feijóo. Al menos hasta que se ponga en marcha y proporcione elementos de juicio diferentes a la mera voluntad de don Alberto o los presuntos equilibrios internos.

(A la oposición no le gustó ni el nomenclator ni el organigrama del equipo que ha de encargarse de aplicar el programa electoral de los vencedores, pero esa postura apenas pasa de la anécdota. Como no tiene motivos aún para sustentar su crítica, o la hacen muy general -casi filosófica-, lo que convence poco, o la individualizan tanto que parece algo personal. Y en uno y otro caso no parece que vaya a obtener crédito bastante como para hacer mella en un público, no se olvide, ya curado de espantos.)

Lo que sí puede decirse del nuevo Gobierno es que, tras un periodo de absoluto hermetismo -que disparó los rumores sobre su génesis- su anuncio, ayer, pareció el parto de los montes: sus perfiles y currícula merecen respeto, desde luego, pero casi todo el mundo esperaba más: más peso político, más influencia en el PP e incluso más relieve en algunos de los sectores a los que han de dedicar sus esfuerzo. No es, stricto sensu, un gabinete de técnicos, pero tampoco de políticos al uso; en la transición, al primer gobierno de don Adolfo Suárez se le llamó “de PNN”, o profesores no numerarios: éste, casi.

En todo caso, a quien han de servir mejor, aparte de al programa, es a quien los ha escogido, al presidente de la Xunta de Galicia. Y en este punto conviene recordar que la vez anterior en que el señor Núñez decidió apostar por un perfil determinado de colaboradores fue en el proceso de formación de las listas electorales, y le salió francamente bien no sólo en las urnas, como se vió, sino antes: nunca en el PP había habido menos jaleo a la hora de las candidaturas, salvo quizá en el primer año de Manuel Fraga.

Como suele decirse cuando todavía no hay mucho que decir, lo que sea sonará, y podrá comprobarse enseguida si la orquesta desafina o maneja bien la partitura. Mientras, habrá que dejarles a sus miembros que se sienten, expliquen lo que quieren y se pongan a ello cuanto antes; el papel de los demás, incluída la oposición, no es poner palos en las ruedas, pero tampoco firmar patentes de corso. Al loro, pues.

¿No?