De modo que, llegado el día de la votación, y antes de que, mañana, se forme la romería -desde el Hórreo al Obradoiro por las calles de Compostela-, no estaría de más solicitar del candidato que use el turno de réplicas que aún le queda tras oír a sus adversarios para que fije posición ante algunos problemas que, aun sin ser macroeconómicos, afectan a la hacienda, y por tanto a las vidas, de la gente. La que votó a don Alberto y la que no, pero que convive en el mismo espacio.

Sería razonable que varios de esos asuntos formasen parte del argumentario de la oposición, pero ya se sabe que en este tipo de ocasiones casi todos gustan de exhibir una supuesta capacidad para lo que entienden haute politique. Y por eso se dedican a la grandes estrategias, prescinden de lo que creen que les acerca demasiado al ras del suelo y huyen de la macroeconomía como si su análisis resultase impropio del oficio de estadista, definición irónica muy usada por un antiguo colaborador del señor Fraga.

(Conste que se generaliza el defecto porque abunda tanto en la política que parece propio del oficio. No es de nacimiento, pero crece pronto, ayudado por la abundancia de aduladores que lo acompañan y que contribuyen a la pérdida de perspectiva, sobre todo la de los que llegan al poder. Y que, como quizá haya comprobado ya el señor Núñez, tienen mucha experiencia: abundan los trovadores de palacio que en estos años no han cambiado de pesebre, pero sí de amo y que tienen tal práctica, tal impudicia y desvergüenza que lo hacen con un hale hop, como los trapecistas.)

En este punto, y volviendo a los detalles, el candidato don Alberto podría y debería, si no se los reclaman sus rivales, dar motu propio algunos sobre cómo enfocará el agudo problema del sector lácteo, cuya supervivencia -amenazada- resulta estratégica para el país -y para el equilibrio entre el interior y el litoral- y que está al borde de la ruina. Y alguno más de los aportados el martes acerca del comercio y los servicios, actividad vital en la que cada día sucumben decenas de empresarios autónomos para los que ni hay subsidio de desempleo ni ayudas estructuradas ni auténtica voluntad política.

Quedó dicho ya que el discurso de investidura fue el natural, pero hoy es otro día y tiene otro afán, y el aún candidato tiene la obligación de explicarse más y mejor, se lo reclame o no la oposición. Si no lo hace, y aunque algunos le aplaudan con estruendo -quizá para hacerse perdonar-, empezará mal.

¿O no...?