Poco más de un año ha pasado desde que ZP y Pepiño (ahora Don José) Blanco presentaran un plantel de asesores del ideario del PSOE plagados de premios Nobel y figuras del pensamiento de fama internacional. Eran las semanas previas a las elecciones del 9 de marzo, aquellas en las que Solbes y su jefe negaban sistemáticamente la crisis y Moncloa removía Roma con Santiago para que Zapatero pudiera hacerse una foto con alguno de esos laureados antiliberales que tanto gustan al nuevo socialismo español. El jefe estaba crecido y los Stiglitz y compañía no tenían reparos en darse una vueltecita por Madrid, aunque tuvieran que pagar el peaje de la foto con el pesadito de José Luis; traductor mediante, claro. Traían el Nobel bajo el brazo, muchas ganas de jarana hispana y un despiste tan morrocotudo que de boca de ninguno se escuchó decir que la economía de aquí y de allá se iba a poner bien chunga.

Ahora, que España está por los suelos, o casi en el subsuelo, uno tenía la esperanza de que alguien en Moncloa tuviera la ocurrencia de rescatar aquel espíritu. La remodelación del gobierno planteaba una oportunidad perfecta para soltar lastre y situar en puestos clave de la Administración del Estado a profesionales preparados de reconocidos prestigio y trayectoria. El ejemplo de Obama animaba, además, a pensar que, por una vez, Zapatero dejaría a un lado el compadreo y optaría por el desembarco en su equipo de gente capaz, de incontestable aceptación, con la que hacer frente a la más complicada coyuntura económica que ha vivido nuestro país en décadas.

En lugar de ello, Zapatero ha optado una vez más por esa excentricidad que tan buen resultado le ha dado hasta ahora. Y no se le ha ocurrido otra cosa que dejar la economía del país en manos de Elena Salgado, cuyo paupérrimo currículo, por ejemplo, generó más de un sonrojo en nuestras embajadas cuando tuvieron que defender con una vehemencia sin precedentes su candidatura, fracasada claro, a la Secretaría General de la Organización Mundial de la Salud. De todo aquel absurdo ejercicio diplomático, uno más de Moratinos, sólo queda el mucho papel y tiempo gastados y las voluminosas facturas de los carísimos hoteles (el mejor de cada ciudad si tenía habitaciones) en los que Doña Elena gustaba pernoctar durante su gira mundial de defensa de candidatura. Mal vamos por ese camino, señora vicepresidenta.

Por si eso fuera poco, vuelve Chaves, sobre cuyos méritos, más allá de esquilmar sin remordimiento alguno la caja común de la solidaridad territorial, hablan por sí solas las cifras de paro y el número de enchufados por la cara en la Administración de la Andalucía que ha presidido, subsidios múltiples mediante, desde que muchos en España tenemos uso de razón. Y a Cultura, una señora con el único mérito de llevarse bien con los Bardem y compañía. Y a Sanidad otra que, como quien suscribe, confunde un analgésico con un antibiótico. Y, para arreglarlo, Don José, a repartir equitativamente entre las Comunidades gobernadas por PP y PSOE las infraestructuras del futuro ¿Estamos locos?

Resulta tan patético que sería para troncharse de risa si no fuera porque en poco tiempo cinco millones de españoles van a estar en el paro y buena parte de ellos sin esos subsidios que Chaves reparte con tanta generosidad.