Un ministro cesado es un “no ministro”. Un ministro inverso, cabría decir.

-¿Usted qué es?

-Yo soy un “no ministro”. ¿No ve usted que no dispongo de directores generales que me den la razón ni de jefe de prensa que genere noticias sobre mí? ¿No ve que carezco de coche oficial? ¿No se da usted cuenta de que tengo que hacérmelo yo todo? ¿No se percata de que miro el telediario con nostalgia?

Un “no ministro” no es lo mismo que un exministro. El verdadero exministro es exministro siempre, incluso cuando ocupa la cartera. Solbes es el paradigma de exministro. Por eso no le hacía una ilusión especial ser ministro. Si había que serlo, lo era, pero no telefoneaba a mamá para comunicarle la noticia. Me pega a mí que Elena Salgado pertenece a esta extraña categoría cuyos miembros y miembras reúnen condiciones curiosas: son trabajadores y honrados. Y un punto escépticos.

No diremos quién es el paradigma de “no ministro” para no herir los sentimientos de nadie, que maldita la falta que hace. Bastante tienen los “no ministros” con lo suyo, sobre todo con la que está cayendo. Un “no ministro” pasa por todas las fases del condenado a muerte, menos por la de la aceptación. ¿Por qué a mí?, se pregunta con ira nada más ser cesado (por cierto, nadie sabe por qué al despido de los ministros se le llama cese). En ocasiones intentan averiguar por qué. Se lo preguntan a Dios, al subsecretario, al conserje, a todo el mundo. A veces se lo preguntan incluso al presidente del Gobierno.

-¿Por qué me cesas?

Y el presidente del Gobierno qué va a decir, el pobre.

-Porque eras demasiado bueno para el cargo.

Cuentan que un exministro de Felipe González, al recibir la noticia, se echó a llorar preguntándose cómo se lo diría a su mujer. O sea, que González acababa de cesar a un “no ministro”, pues el “no ministro” lo es también desde que nace, una veces porque no lo han nombrado y otras porque lo han cesado. Por eso estaba tan bien aquel invento de Franco: los ministros sin cartera.