Pedro Solbes se ha ido esta semana del Gobierno por la puerta grande, pero cansado. Zapatero no le ha echado; tengo sin embargo la impresión de que le ha agradecido que se marche: si lo que quería el presidente para su gobierno con el cambio es un nuevo ritmo, un ministro de economía decaído en tiempo de crisis parecía lo menos recomendable. Pero de Solbes se ha dicho siempre que es más técnico que político, a pesar de que estudió políticas y no economía, y probablemente por eso, por la falta de rigor de los políticos en tiempos de extrema necesidad, no sólo le deben haber cansado los cantamañas, sino que, a pesar de su experiencia con ellos, o precisamente por esa experiencia, prefiere irse a su casa a morir de asco en el Gobierno. Ningún ministro, sin embargo, se libra de ser político, y si entre las chorradas que uno puede haber oído o leído en estos días está la de que Economía es un ministerio para técnicos, y no para políticos, es porque la ignorancia impide a quien sostenga eso distinguir una cosa y otra y las conexiones entre ambas. En todo caso, Elena Salgado no es tenida precisamente por lo que se entiende como el típico ministro político ni parece que se caracterice por su flexibilidad. Y una de las desventajas de los ministros con ese perfil es que suelen quedarse en tierra de nadie. No obstante, que tenga un compromiso de continuidad con la política económica del Gobierno es lógico, y que sea el presidente el que marque las directrices, y más ahora, resulta coherente, pero se equivocan quienes piensan que pueda prestarse a ser un muñeco de guiñol. No da la talla que El Mundo le exige para ministra de Economía, pero no sé el alcance que tiene la exigencia intelectual de ese periódico, ni si compara a esta doctora en economía e ingeniera industrial con Rato o con Montoro y teme que no llegue a la altura intelectual de éste último. A juzgar por los denuestos que le aplica es evidente que al diario no le resulta simpática, pero es probable que se equivoque. No tanto al llamarla con desdén burócrata, que cierta burocracia conviene a la gestión pública, como al confundir tal vez la burocracia con la gestión.

Y APARTE. La salida de Pedro Solbes estaba cantada y la de la ministra de Fomento también. A Magdalena Alvárez, tan trabajadora, la perdía su desparpajo, aunque sea infinitamente más fina que Celia Villalobos o Esperanza Aguirre, pero no creo que fuera tanto su carácter lo que la hizo salir como la necesidad de que entrara José Blanco. Y no sé si es a esta necesidad a lo que Sáenz de Santamaría ha llamado problema del PSOE que intenta arreglar Zapatero con el cambio, pero tiene gracia que hable de problemas de partido la portavoz del suyo, un puro problema. También la llegada de Chaves puede obedecer a problemas de partido, como dice doña Soraya, pero no porque Arenas le pisara los talones en Andalucía, que Arenas lleva muchos años pisándoselos a sí mismo, sino porque el PSOE tiene problemas autonómicos que no son andaluces, y ni siquiera exclusivos de los socialistas, aunque también, y Chaves sabe algo de eso. Mercedes Cabrera se va de Educación casi como llegó, en silencio, y la sustituye un filósofo, Ángel Gabilondo, buen talante con mucha cabeza. No se puede decir lo mismo de César Antonio Molina, cesado en Cultura no se sabe por qué. ¿Por sus discrepancias con otros miembros del gobierno sobre el Instituto Cervantes? ¿Estará más cerca de los afectos de Zapatero Carmen Cafarell, actual directora del Cervantes y dicen que poco amiga de Molina? No creo que esos líos importen a Rajoy para proclamar el fracaso de su adversario. A mí, tampoco.