El capitalismo seguirá siendo el sistema rector pero ha perdido brillo y era el brillo -no la libertad, ni la justicia, ni la democracia, porque se daba sin estar acompañado de ellas- su principal atractivo. El brillo de oro o de luz. Lo más cegador era el capitalismo financiero: se movía a la velocidad de la luz y en él nunca se ponía el sol. Pasaba de Nueva York a Japón, de Dow Jones a Nikkei, sin pestañear. Ahora que ha cascado nos parece que no merece el auxilio que se le está dando y que es poca compensación que desparezcan los paraísos fiscales. Hace décadas que deberían haber sido atacados, como lo fue en su momento la Isla de la Tortuga, bastión caribeño de los bucaneros.

Ya no se aprecian socialmente como modelo aquellos tipos que obtenían grandes beneficios a cambio de correr grandes riesgos con el dinero de otros. Ha resultado ser así cuando los que pierden son los que les entregaban sus ahorros. Todo lo suntuario que rodeaba a estas estrellas del club de campo, tan mostrado y alabado por los medios de comunicación, ahora es perseguido por canales de televisión estadounidenses a la caza del depredador según baja del jet privado o de su señora a la salida de una tienda de Carlina Herrera. A otro nivel, la hormiga ha dejado de imitar a la cigarra: compra menos y ahorra más para un invierno con fecha final por determinar. Como cuando se sale de una situación de estrés, no se está tan mal con los nuevos hábitos (lo que está mal son las viejas necesidades: comer, alojarse…).

Lo más estelar del capitalismo se está quedando, a la vista de todos, tan depreciado como las americanas de color pastel con hombreras de los años ochenta y la sensación que da es que los gobiernos quieren salvar a Don Johnson, de “Corrupción en Miami”, no sabemos si por corrupción o por Miami. La falta de brillo es algo que no puede permitirse un sistema rutilante.