El lunes pasado, al final de “Tengo una pregunta para usted”, su presentador anunció a Mariano Rajoy, protagonista del programa, que el diálogo sostenido hasta entonces con sus interlocutores sería analizado a continuación por los periodistas; Rajoy respondió que el mejor análisis ya se había hecho allí. Pero no creo que ese análisis posterior fuera mejor o peor; era en todo caso complementario, y tan sabido como el primero. Lo que se juzgaba al fin y al cabo no era la realidad vista por Rajoy, aunque se entrara también en eso, sino un programa de televisión en el que la naturalidad personal de cada uno de los que intervenían, la del que contesta y las de los que preguntan, resulta afectada por el medio hasta verse impedidos para lograr la naturalidad televisiva que en algunos casos buscan. No hace falta que un espectador posea demasiada perspicacia ni tenga especiales condiciones de crítico teatral para detectar sobreactuación en esta representación del descenso de los políticos al patio del común, mostrando cercanía, ni advertir artificio donde se esfuerzan por la naturalidad. Por lo demás, ninguna novedad en los contenidos, ninguna forma de escapar por los cerros de Ubeda, que al parecer conoce bien Rajoy por su familiaridad con la geografía jienense, que sea verdaderamente nueva. La lección de historia, Navas de Tolosa incluidas, reflejó, eso sí, al memorión de bachillerato dispuesto a repetir la lista de los reyes godos. Pero los entusiastas de este tipo de programa, que creen que la banalización de los debates propicia la veracidad, miran al día siguiente con entusiasmo las cifras de espectadores, las relacionan con ediciones anteriores y no entienden que una pregunta llamativa que pueda pillar en renuncio al protagonista, de esas que al día siguiente opacan las demás, una apelación dramática que toque al corazón de la gente o un personaje que llame la atención, importan más que el cuadro de soluciones de Rajoy a la crisis económica. Tampoco es lo que se esperaba de él. Y tal vez por eso renunció a sorprendernos.

Y APARTE. Cuando Zapatero y Rajoy comparecen en “Tengo una pregunta para usted” no sólo se someten a la evaluación del trabajo concreto del concreto programa de ese día, sino a la valoración comparativa de su actuación, tanto respecto de la propia la vez anterior como de la del adversario. Lo más llamativo de “Tengo una pregunta para usted” es su formato y, si el protagonista principal no es Barack Obama, con la novedad del formato desaparece el interés multitudinario por el programa. Pero es evidente que ni Zapatero tiene el atractivo de Obama ni Dios ha distinguido a Rajoy con las mismas dotes. Y los interrogadores parecen elegidos con inteligencia, sí, pero la fortuna en la elección puede variar según los días. Así que tal vez no le falte alguna razón a aquellos que ven en el resultado de la selección del personal en este programa de TVE una caricatura de la opinión pública y la expresión del interés popular. Aunque la opinión y el interés popular, si uno se atiene a lo que se ve en las encuestas y en algunos testimonios de los que ofrece habitualmente la televisión, son con frecuencia, no una caricatura de esta sociedad nuestra, sino el reflejo de una sociedad caricaturesca.