Aventura un estudio genético del Trinity College de Dublín que los irlandeses podrían descender por vía directa de los gallegos y los vascos que, además de sus cromosomas, llevaron también hasta allá la mayor parte de los animales que hoy pueblan la verde isla de Erín. Creíamos que los pelirrojos inventores de la Guinnes eran nuestros primos y ahora va a resultar que son nuestros tataranietos.

La teoría recién expuesta por el profesor Dan Bradley, director del estudio, viene a darle caché científico a la vieja leyenda de Breogán, mítico caudillo celta y paisano nuestro cuyos descendientes habrían arribado a Irlanda tras zarpar desde Brigantia -tal vez la actual Coruña- al mando de una copiosa escuadra naval.

Hasta ahora, los más escépticos atribuían esa tradición de origen irlandés a la extremada afición a la cerveza que todavía hoy conservan nuestros supuestos parientes célticos. Bradley, sin embargo, lucía un aspecto de lo más sobrio cuando apeló a la coincidencia del cromosoma Y que abunda en Irlanda con el que los autores del estudio han encontrado entre los pobladores de Galicia y el País Vasco como fundamento de su hipótesis.

Cromosomas y demás garambainas genéticas aparte, tan novedosa teoría podría ayudarnos a entender las similitudes ciertamente curiosas que aún hoy se dan entre gallegos e irlandeses.

A la vista de las nuevas revelaciones científicas se comprende ya mejor el hecho -en apariencia inexplicable- de que Irlanda y Galicia sean los dos territorios de Europa que mayor número de población exportaron al resto del mundo y muy en particular a las Américas. Además de la afición a emigrar, gallegos e irlandeses compartimos también un desmesurado culto gastronómico a la patata. De hecho, fue el fracaso de una cosecha patatera lo que provocó la Gran Hambruna que a mediados del siglo XIX mató de pura inanición a medio millón de irlandeses y obligó a emigrar fuera de su país a otros dos millones.

Dos millones fueron también los gallegos que durante el último siglo y medio liaron el petate para buscarse la vida en América y en casi cualquier otro lugar del mundo donde hubiese un jornal a ganar. Se conoce que, al igual que en Irlanda, no había patatas suficientes para todos.

Parejos igualmente en materia de costumbres, los irlandeses gastan fama de ser uno de los pueblos más bebedores de Europa, a la vez que los gallegos -y los vascos- encabezan el ranking de consumo de alcohol en la Península. Esta común devoción a Santa Cerveza y a Nuestra Señora del Aguardiente tiene en realidad una honda raíz teológica, como corresponde a dos pueblos fervientemente católicos y paganos a la vez.

Lo explicaba perfectamente, si bien de manera algo enrevesada, el irlandés Brian O´Rourke, famoso inquilino de pubs y tabernas. "Si bebo", decía O´Rourke, "me emborracho; si me emborracho, me duermo; si duermo, no cometo pecados; y si no cometo pecados, voy al Cielo". No es de extrañar que concluyese, con toda lógica: "Bebamos, pues, hermanos, para garantizarnos el Paraíso".

A tantas costumbres compartidas -la emigración, la patata, el aguardiente- hay que sumar todavía la inusual proliferación de escritores que caracteriza por igual a irlandeses y gallegos. Ebria de cerveza y literatura, Irlanda alumbró talentos del calibre de Swift, Shaw, Joyce, Beckett o Wilde, por citar sólo la parte más vistosa de su nómina; pero también la Galicia estadísticamente iletrada produjo un corpus literario impropio de su tamaño y pobreza. Ahí están para demostrarlo los trovadores medievales, Rosalía, Cunqueiro, Cela y Valle-Inclán al frente del poblado ejército de nuestras bellas letras.

Ahora ya sólo queda que Galicia se acerque -siquiera de lejos- a los 29.000 euros de renta por cabeza que disfruta la otrora pobre y hoy riquísima Irlanda para que el paralelismo sea del todo feliz. Y es que los cromosomas no dan de comer.

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