Hasta no hace mucho, los dibujantes solían representar al Año Viejo como un anciano cargado con guadaña y a su sucesor bajo la figura de un sonriente bebé; pero esos fueron tiempos. El que viene con la mortífera guadaña de segar empleos y arruinar empresas es ahora el Año Nuevo, por más que la inercia de la tradición nos fuerce a recibirlo con uvas, campanadas, brindis y deseos de improbable prosperidad. Tampoco es cosa de amargarse la fiesta.

Infelizmente, los augures se han convertido en agoreros y hasta el gobernador del Banco de España -que algo ha de saber de cuartos- vaticina un 2009 más aciago aún que este año de nieves pero no de bienes al que ahora despedimos sin pena alguna.

De creer a los expertos en finanzas, más que en una depresión económica estaríamos a punto de entrar en una depresión a secas para beneficio de psiquiatras, psicólogos y demás mecánicos de la mente.

A ver quién no se deprime, en efecto, cuando a los sabios les da por anunciar que la cifra de parados escalará hasta los cuatro millones durante el presuntamente feliz año nuevo que entra esta medianoche. O cuando el ministro de Economía confirma -con aire extrañamente fúnebre y beatífico a la vez- que la economía española lleva ya seis meses encogiendo de tamaño gracias al "crecimiento negativo" que la mantiene a dieta.

El único consuelo que nos queda para no caer en la depresión es advertir lo mucho que suelen equivocarse en sus previsiones los expertos. Recuérdese por ejemplo, que todos ellos -incluidos varios ministros y los jefes de la banca sin excepción- juraron bajo palabrita del Niño Jesús que en España no existía "burbuja" inmobiliaria alguna y que, naturalmente, los pisos jamás bajarían de precio. Por desgracia, la realidad, a menudo tan descortés, no tuvo la gentileza de confirmar sus pronósticos: y ahora pasa lo que pasa.

El propio Gobierno, al que no han de faltarle muchedumbres de asesores en materia económica, tardó tanto en aceptar la existencia de la crisis que cuando lo hizo ya habíamos superado esa fase para entrar más bien en la de recesión que ahora nos lleva marcha atrás y sin frenos.

No hay por qué cargar toda la culpa sobre los gobernantes ni aun sobre quienes les dan asesoramiento y consejos, naturalmente. En realidad, una humorística y bastante atinada definición de los economistas sugiere que son "expertos en explicar mañana por qué no sucedió hoy lo que pronosticaron ayer".

Si tal máxima se cumplió milimétricamente en los vaticinios sobre el mercado de la vivienda, ninguna razón hay para no pensar que también puedan equivocarse ahora en sus infaustos augurios sobre este 2009 ya en puertas. El feroz año nuevo que nos pronostican los muy cenizos bien pudiera resultar no tan ominoso como dicen, por más que en esta ocasión coincidan las afirmaciones de los expertos y lo que vemos con nuestros propios ojos.

Algo de eso sabemos los gallegos a fuerza de sufrir toda suerte de desastres apocalípticos que en buena lógica debieran haber hundido ya a este reino en los abismos de la depresión. Hace ahora seis años, sin ir más lejos, cierto petrolero en ruinas nos obsequió con una negra Navidad de chapapote cuyos daños perdurarían -según muchos expertos- durante más de una década. Y antes de eso, nuestras queridas marelas habían sufrido una repentina epidemia de locura que al decir de los cenizos iba a dar al traste con la cabaña ganadera del país.

Por fortuna, aquellos pésimos agüeros no llegaron a cumplirse. El mar volvió a su habitual buen color, las playas están llenas de banderas azules y las vacas recuperaron la cordura.

Con tales precedentes, una crisis más o menos no nos va a aguar ahora la fiesta de Nochevieja por mucha ruina que nos prometan para el año entrante los expertos en catástrofes. Especialistas en nubes, los gallegos sabemos por experiencia que nunca llovió que no escampara. Feliz año feroz.

anxel@arrakis.es