A estas alturas, y a pesar de que no hace demasiado aún que la entonces oposición criticaba con ferocidad cuanto de privatizador veía en la Xunta -con sus fundaciones, su administración paralela y, en definitiva, sus chiringuitos-, es un hecho que la actual, quizá por la fatal atracción de lo que el poder entiende por eficacia, se ha contagiado de tan extraño mal. Y además -lo han denunciado incluso sus sindicatos afines- no ha corregido y sí aumentado los defectos.

Un ejemplo paradigmático lo proporcionó hace apenas unas horas la señora conselleira Bugallo al presentar en sociedad la fundación que regirá los destinos de la Cidade da Cultura. De mayoría privada, la figura se plantea como primer objetivo gestionar bien, rentabilizar en lo posible la inversión y hacer del recinto no sólo lo que querían sus creadores -los constructores de la antes "faraónica obra"-, sino los que ahora la desarrollan.

Doña Ángela manejó, en su alegato, una buena parte de los tópicos que antes combatía, desde el de la supuesta eficacia de la fórmula fundación hasta el de que la gestión por la administración pública ralentiza los asuntos y, por tanto, los perjudica. No explicó por qué no se ha optado por rentabilizar el enorme aparato administrativo de que dispone Galicia mediante el método de modernizarlo, profesionalizarlo aún más y confiar en él y, por tanto, no pocos se quedarán con la duda de lo que -de momento- pudo ser y no fue.

En el fondo, conste, la señora conselleira Bugallo tiene la responsabilidad que tiene, que no es poca, pero que no alcanza ni mucho menos la dimensión que algunos quieren imputarle, desde fuera y desde dentro. El asunto de la Cidade da Cultura se había convertido en un despropósito bastante antes de que su señoría ocupase la cartera que le dejó en herencia don Jesús Pérez Varela, pero fueron después los dos presidentes -el gallego y el español- quienes lo convirtieron en un esperpento.

Las razones de esa mutación no se le ocultan a nadie salvo que mire hacia otra parte. Don José Luis Rodríguez Zapatero prometió en Galicia la conversión del Gaiás en un faro de la "cultura patria", orientado hacia el universo y el señor Pérez Touriño, ante una comisión de investigación parlamentaria, la elogió todavía más de lo que lo hiciera el propio don Manuel Fraga. Y así, cuesta abajo en la rodada, hay lo que hay: un enorme chiringuito que nadie sabe bien ni cómo manejar ni menos aún cómo amortizar.

¿Eh...?