Lo que nos faltaba para el duro. A causa de su carencia absoluta de petróleo y gas natural, España se había convertido en el país líder de Europa en cuanto a las llamadas energías alternativas, es decir, suministros energéticos como son el solar o el eólico que no dependen ni de los derivados del crudo, ni del biodiesel. Se suponía que esas fórmulas para obtener electricidad implicaban, además, un paso definitivo contra la emisión de gases contaminantes. Al aprovechar la fuerza del viento o el impacto de la luz solar, que no implican la necesidad de quemar nada, estaríamos burlando la trampa de las emisiones de CO2 y, por ende, la lluvia ácida y la aceleración del calentamiento del planeta. Pero eh aquí que dos científicos de la universidad de California en Irvine, Michael Pratter y Chia-Hui Hsu -la asistente de origen chino que ha occidentalizado su nombre como Juno Hsu-, acaban de arrojarnos un cubo de agua no ya fría sino helada. En un artículo publicado en el Geophysical Research Letters, Pratter y Hsu ponen de manifiesto que las placas solares de última generación contienen trifloruro de nitrógeno, NF3, un gas capaz de causar efectos 20.000 veces superiores a los del CO2 en la absorción de calor y, por ende, en el deterioro del clima. Algo que ya se sabía pero dando por supuesto que las placas solares no liberan NF3 en la atmósfera. Pratter y Hsu se han encargado de arrojar dudas acerca de esa optimista previsión. Puede que sí lo hagan y en una medida superior a la que temían los pesimistas.

Tal vez sea ésa la lección más dolorosa de las investigaciones de los científicos californianos del campus de Irvine: pese a los múltiples fracasos, pese a la convicción de que nuestra soberbia es, en realidad, ignorancia, seguimos creyendo que daremos con la lámpara maravillosa que nos permitirá seguir consumiendo recursos naturales, dilapidando energía y trepando en la espiral del crecimiento sin límites. Tal vez la cuestión no sea técnica sino filosófica: seguimos sin prestar atención a las leyes básicas de la naturaleza. Y una de ellas -conocida desde los tiempos de Lord Kelvin y Carnot- establece que la entropía va siempre en aumento. Ese segundo principio de la termodinámica se puede disimular durante un tiempo limitado en un espacio muy preciso expeliendo entropía hacia otros lugares y dando, así, la impresión de que el orden crece. A la larga, no lo hace.

Dicho de otra forma, es seguro que ninguna fuente energética llevará jamás a la cuadratura del círculo de un desarrollo sostenible. Las hay más contaminantes -mucho más contaminantes- y menos peligrosas -bastante menos dañinas- pero no hay ni suministro energético inocente, ni crecimiento sin riesgo. Así que, además de optar por aquello que cause daños inferiores al ecosistema, tal vez fuese cosa de entender que hasta lo más ecológico -que término más absurdo- contiene amenazas que cabe descubrir cuanto antes.