Así que, reiterado por la UE -que tampoco descubrió el océano: es la sexta o séptima vez que algún organismos internacional advierte sobre ello- el grave riesgo del envejecimiento de la población en Galicia, queda por ver si también ahora la respuesta será o no parecida a las anteriores. Seguramente sí, porque el hecho de la insistencia en señalarlo significa que nadie se ha puesto a remediarlos, o al menos y para especificar, nadie comm´il faut.

El asunto tiene una importancia fundamental y no sólo porque la demográfica es la madre de todas las crisis sino también porque está en el meollo de todas las demás y cualquier solución seria pasa por afrontar ésta y resolverla adecuadamente. Y es que no habrá salida para lo que se inició como financiero, es ya económico y laboral y acabará por convertirse en social si las clases pasivas terminan por ser mucho más numerosas que las activas.

Conste que a pesar de que su enunciación resulta sencilla, darle salidas a una crisis como la poblacional requiere un esfuerzo enorme de la sociedad amenazada por ella. Y, nunca mejor dicho, una política transversal: a estas alturas nadie puede esperar que quienes carecen de empleo fijo, de retribución digna y de acceso razonable a una vivienda dediquen lo necesario a mejorar las estadísticas de nacimientos y por tanto a rejuvenecer la media de edad en la estructura social.

Que la dificultad debe ser enorme lo demuestra un solo dato: hasta ahora ninguno de los gobiernos que han sido se ha puesto manos a la obra atacando el meollo de la cuestión del modo en que debe hacerse, según los especialistas: con una acción conjunta, coordinada y alargada en el tiempo de todos sus departamentos. Las Xuntas anteriores predicaron la natalidad y el actual -el señor Zapatero acaba de referirse a ello- opta por medidas sectoriales, estimables pero escasas.

Así las cosas, no ha de extrañar que la UE, como antes -queda dicho- otros, hayan advertido de que Galicia, en el 2050, puede ser un país envejecido en el que la mayoría de sus habitantes viva de la minoría. Y no será una cuestión de abuso, de mala fe o de descuido sino de mala planificación, escasa previsión y, por supuesto, de ejecución deficiente. O sea, de una mala política de quienes deberían aplicarla buena. Puede que alguien, visto el plazo del aviso, replique aquello de que para entonces todos calvos, pero más vale que no tenga responsabilidades de gobierno. Resultaría irremediable y hasta suicida. ¿No...?