Normalmente, cuando hay un arreglo de cuentas violento entre personajes poderosos de la política o de las finanzas (bien sea resuelto por un asesinato o bien por la difusión de un escándalo que destruye el prestigio del atacado y lo deja fuera de la circulación), la identidad de los mandantes del crimen suele quedar oculta para siempre. Lo usual es que se abra una investigación policial tan aparatosa como inútil y se proceda a la detención de cuatro desgraciados para contentar la momentánea sed de justicia, hasta que la atención popular se diluye con el paso del tiempo, no sin antes haber servido de rentable folletín para la prensa. Luego, cuando se cumplen los sucesivos aniversarios del suceso, algunos medios recuerdan la efemérides, se escriben artículos señalando que las incógnitas sobre la autoría continúan abiertas, y sanseacabó. Viene esto a cuento de que el pasado día 20 de diciembre coincidió en los periódicos la noticia de la muerte de Mark Felt, la "garganta profunda" que proporcionó información comprometedora sobre el caso "Watergate" a dos periodistas del "Washington Post," con el 35 aniversario del asesinato del almirante Luis Carrero Blanco, presidente del Gobierno con Franco. En el primer caso, supimos hace tres años que Felt, antiguo "numero dos" del FBI durante el gobierno de Richard Nixon, era la personalidad oculta que dirigió desde la sombra la sucesión de noticias que acabaron por provocar la dimisión del presidente norteamericano. Nada menos que cuatrocientas exclusivas en un goteo perfectamente escalonado. El asunto de fondo era baladí, unas escuchas telefónicas en el hotel donde se iba a celebrar una convención del Partido Demócrata, pero sirvió de pretexto para echar de la Casa Blanca a "Dick el mentiroso", al tiempo que se organizaba un "show" propagandístico espectacular sobre la preponderancia de la ética en la política y en la gran prensa comercial de Estados Unidos. En resumen, sabemos ya una parte pequeña de la verdad, pero no toda. Y algo parecido nos sucede respecto al asesinato de Carrero Blanco, que fue atribuido a un comando de ETA, aunque la investigación judicial sobre el caso quedó cerrada después de la amnistía. A uno de los supuestos autores, José Ignacio Pérez Beotegui "Wilson", lo conocí yo en el País Vasco cuando era trabajador de Euskadi Press. Y otro, José Miguel Beñaran "Argala" fue asesinado en Francia por un grupo de supuestos militares españoles. Se ha escrito y se ha hablado mucho sobre la supuesta colaboración de la CIA en el asesinato de Carrero Blanco, y a no poca gente, empezando por algún ministro de su gobierno, por su hija y por su viuda, les extraña especialmente que un suceso de tan larga y complicada preparación se hubiera desarrollado a dos pasos de la embajada norteamericana sin que sus sofisticados servicios de detección no se hubieran apercibido de nada. El mismo juez especial encargado de la investigación, Luis de la Torre Arredondo, declaró que "la CIA sabía que iban a matar a Carrero" . De hecho, en el sumario (hecho público hace cinco años) se establece que "Wilson" y "Argala" se entrevistaron en la cafetería del hotel Mindanao de Madrid con un hombre desconocido que les dio todo tipo de detalles sobre las costumbres, horarios e itinerarios habituales del almirante. Otro "garganta profunda".