Probablemente los lectores frioleros ya lo habrán notado, pero -por si hubiera dudas- los meteorólogos constatan que este agonizante 2008 fue tanto en Galicia como en España el año más gélido de la última década según el inapelable dictamen de los termómetros. Y eso que aún no hemos entrado siquiera en el invierno.

Choca un tanto este otoño glacial de nieves y hielos con las profecías de la Iglesia del Cambio Climático que de un tiempo a esta parte viene anunciando el dogma del "calentamiento global" de la Tierra.

De acuerdo con tales vaticinios, a estas horas tendríamos que estar tomando el sol en la playa en lugar de hacer gasto de medicamentos contra el resfriado en las boticas. Y no sólo eso. El agujero que la pérfida Humanidad motorizada e industrializada le ha hecho a la capa de ozono debiera de estar produciendo ya una subida de temperaturas que a su vez provocaría la elevación del nivel de los océanos, la desaparición de miles de playas, sequías, inundaciones y otras desdichas sin cuento ni cuenta.

No quiere esto decir que yerren los autores de tan apocalípticas predicciones, como es natural. Difícil -aunque no imposible- sería que se equivocasen los tropecientos científicos comisionados por esa organización modelo de eficiencia que es la antigua ONU en sus pronósticos sobre la inminente ola de calor que nos va a dejar asados como pollos.

En realidad, los augurios sobre el calentamiento global y el derretimiento de los polos son perfectamente compatibles con el hecho de que Galicia y España en general hayan padecido el año más frío que se recuerda desde 1996, además de un otoño inusualmente nevado. Todo tiene su explicación. Ya el entonces ministro de Turismo Manuel Fraga proclamó hace cuarenta años que "Spain is different", del mismo modo que nadie ignora que Galicia es -en la autorizada opinión del profesor Antón Reixa- un "sitio distinto". Haga frío o calor por ahí fuera, aquí gozamos de nuestra propia soberanía climática.

También es verdad que los científicos, nuevos sacerdotes de nuestro tiempo, operan a menudo bajo el famoso y galleguísimo principio de Manquiña por el que se establece que lo mismo que te digo una cosa, te digo la otra. Esa sería otra posible explicación de alcance menos local.

Hace ahora treinta años, por ejemplo, la comunidad científica internacional vaticinaba el comienzo de una nueva Edad del Hielo a causa de un proceso de "enfriamiento global" que iba a dejar tiritando a los habitantes del planeta. Así lo publicaron al menos medios tan autorizados como el diario The New York Times o la revista Time, según podrá comprobar fácilmente el lector sin más trámite que una búsqueda retrospectiva en Internet.

Infelizmente, el clima -tan mudable por su propia naturaleza- se negó a confirmar aquella fundada hipótesis sobre la congelación del globo. Inasequibles al desaliento, los científicos decidieron aplicar entonces el principio de Manquiña, que nunca falla. De pronosticar una Era Glacial han pasado en apenas tres décadas a sostener la teoría contraria según la cual entraremos en una fase de clima tórrido y en lugar de hielo habrá un imparcial deshielo de los polos Norte y Sur.

Desconcertados por tan contradictorias informaciones, a los ciudadanos del común se nos presenta el dilema de creer en lo que dicen los científicos o en lo que vemos con nuestros propios ojos.

A juzgar por las nieves de este otoño y el verano extrañamente fresco de 2007, es probable que los gallegos, cuando menos, se inclinen a dar más crédito a los anteriores pronósticos sobre la Edad del Hielo que a los del calentamiento global ahora en boga. Lo que nadie negará es la existencia del cambio climático. Aquí en Galicia, sin ir más lejos, cambia de un día para otro.

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