Los estadounidenses agobiados por la crisis venden sangre, pelo, semen y óvulos. Cuando pones algo en venta pasa a ser regido por las leyes del mercado, así que, ante el exceso de oferta, habrá bajado el precio de la sangre, el pelo, el semen y los óvulos. El mercado ha pagado tradicionalmente el sudor, pero ahora está siendo externalizado o sustituido por el aceite de las máquinas robotizadas. Se compran kilolitros de sudor a China o a Marruecos porque a los empresarios les sale más a cuenta el litro de fuera. Nos habían dicho que en esta parte del mundo nos arreglaríamos con las ideas, que tienen su secreción electroquímica en las sinapsis, el proceso de comunicación entre neuronas. Pero no lo puedes implantar ni trasplantar y la lucha entre las ideas es desigual: las buenas y las malas son difíciles de distinguir antes de ponerlas a prueba. Así, las ideas viejas tienden a anular a las nuevas. Sin contar con las preconcebidas, que viene de serie. Eso es lo que hace que en la empresa tanta gente esté trabajando en cómo seguir siendo estrujado por los bancos y cómo seguir estrujando a los trabajadores. Con todo, las sinapsis no dan para tanta saliva y jugos gástricos como hay que atender con comida y bebida.

¿Qué más se puede ofrecer? Las lágrimas cotizan cuando están en la glándula lagrimal pero en cuanto se derraman no valen nada. Un sector importante de la industria de la ficción y de la información trabaja en la extracción de lágrimas porque la gente paga por ello y los anunciantes ponen publicidad. En la realidad, las lágrimas son agua de borrajas: a la industria armamentística no le importan nada y al mercado laboral tampoco. A esta sociedad se viene llorado de casa. Se podrían vender frascos de lágrimas para que gente sin sentimientos las derramara, aunque fuera de un envase, pero nadie compra aquello que no le gusta y en lo que no cree.