Acabo de leer -no sin asombro- que todas las repoblaciones de truchas que se venían haciendo en los ríos gallegos desde hace cincuenta años, con cargo a fondos públicos, fracasaron estrepitosamente. Al término de cada temporada, la administración lanzaba al agua millones de alevines comprados a buen precio en Alemania, pero las truchas autóctonas se los comían con enorme voracidad y no dejaban ni uno con expectativas de crecer y de llegar a la edad adulta. Al parecer, nadie se daba cuenta de ello porque las truchas abundaban entonces y los encargados de vigilar el censo, a ojo de buen cubero, no distinguían cuales eran las gallegas y cuales las alemanas, pese a que tienen características morfológicas distintas. Y la misma falta de curiosidad parecen haber demostrado los guardas de los cotos cuando median los tamaños de las capturas, los pescadores cuando las echaban al cesto, los restauradores cuando las cocinaban y los simples comensales cuando las degustaban fritas con jamón, que es como están más ricas. Comprendo que los funcionarios de los organismos estatales dedicados a las tareas de repoblación de animales grandes y de plantas lo tienen más fácil que los colegas encargados de lanzar diminutos alevines de trucha al río, y luego seguirles la pista. Una yegua, pongamos por caso, tiene una preñez ostensible, un tiempo perfectamente determinado de embarazo, y el fruto de sus entrañas, al poco de nacer, se pone sobre las cuatro patas, trota y cocea. Y un pino ya no digamos. Lo plantas, de pequeño, en un sitio y ahí permanece sin moverse hasta hacerse un pino enorme y frondoso. Pero un alevín de trucha entregado a la corriente del río, ¿qué vida lleva?, ¿qué hace?, ¿en que se entretiene?. Y si encima es un alevín alemán, que no conoce el lenguaje de la zona para hacer amigos, pues mucho peor. El ultranacionalismo truchero no da cuartel a los foráneos y se los come sin remordimientos. Desconozco si este derroche de alevines alemanes en los ríos gallegos a lo largo de cincuenta años se ha dado también en Asturias, donde tanta afición hay a la pesca de agua dulce. O en León, a cuyos ríos vienen pescadores de caña de media Europa durante la temporada. ¿Se comieron las truchas asturianas y leonesas a los alevines de la repoblación?. ¿Sabe alguien cuanto dinero publico se habrá tirado al río (nunca mejor dicho) en esa operación?. Por lo que he leído en el magnífico reportaje que escribe Sonia Vizoso sobre este asunto, las autoridades gallegas han decidido no repoblar los ríos sino con alevines de raza autóctona y sólo en caso de mortandad extraordinaria. Con la dificultad añadida de hacer coincidir la repoblación con las variantes genéticas propias de cada una de las siete zonas de pesca de la región. Lo que nos permite especular con la posibilidad de que las truchas gallegas de cada una de estas zonas se coman a los alevines de los de las otras, como hacían con los procedentes de Alemania. En fin, un lío. Mis conocimientos sobre las truchas, animal especialmente resbaladizo, son muy limitados y no pasan de distinguir entre las nacidas y criadas en el río y las de piscifactoría. Tengo que llamar a mi buen amigo, el médico asturiano Luis Antuña, para que me de su opinión como pescador experto. Luis, cuando era joven, pescaba truchas a mano en el río Nalón a su paso por Laviana.