Hacer la calle se ha puesto aún peor con esto de la crisis. Si vas al diccionario te dice que es buscar clientes en la vía pública con ánimo prostibulario pero la calle se hace de otros modos no siempre meretricios. Hacen la calle los partidos, por ejemplo, en fechas de elecciones, y los chavales con sus botellones porque les han puesto la noche imposible con los precios. La hacen los sin techo a falta de otra cosa que les tape, y los periodistas hacían la calle antes, cuando la información se buscaba pateando las aceras porque aún no habían inventado los gabinetes de prensa para edulcorarla. Muchos artistas también hacen la calle allí donde les dejan porque en muchos sitios está prohibido el arte si no pasas por taquilla. Tengo un amigo, Alejandro (alejandroandares@hotmail.com), que la hace por Galicia metido en una tele, aunque repite tanto en Vigo que algunos ya creen que es mobiliario urbano. Tengo otro que toca el saxo y mueve marionetas. Graffiteros, malabaristas, mimos, músicos, zancudos, tragafuegos la tienen como parte de su escena y en ella malviven lo que pueden y ahora malviven aún mejor a causa de la crisis. Incluso hay una asociación española de estatuas vivientes con manifiesto propio, y juro que no miento. Siempre he admirado mucho al artista callejero pero debe ser muy duro soportar estoico la intemperie, el frío, el calor y sobre todo a esos que te sacan una foto con su niño sin dejar un euro, como si fueras una parte más del estatuario urbano.

Un virtuoso del violín, según cuentan, tocó en el Metro de Washington en hora punta con un Stradivarius de 1713 y recaudó en casi una hora menos de lo que cuesta una butaca en el teatro. La gente, si no paga, no cree que sea arte. Será o no cierto pero si eso pasa en tal ciudad qué acontecerá en Coruña o en Vigo, por no decir Ourense o Pontevedra. En la primera, me cuentan mis amigos callejeros que hay mendigos que tienen las esquinas controladas, y de la segunda dicen que es ciudad más libre para ellos; la policía evita importunarte. Santiago es otra cosa, los artistas florecen a la sombra del turismo jacobeo pero allí no hay quien actúe en una esquina sin permiso ni quien haga un guiño sin ser visto por las cámaras urbanas. Arte libre sí, pero sometido a burocracia. Aunque también los hay que ocupan un sitio y lo defienden a muerte, como tierra conquistada.

¿Habrá quien confunda al mendigo y al artista callejero? No debieran porque es como equiparar al gaitero con el soplagaitas: el primero sale a pedir y el segundo a dar, éste a dar pena y aquel a infundir alegría. El problema es que hoy, con la crisis, no está la gente para risas y se hace aún más difícil vivir de la gorra. Alejandro, que se pasa horas como espejo burlón mirando pasar a la gente metido en una tele, dice que da pavor lo que se ve desde la pantalla: zombis como chutados con "speed", transeúntes presurosos con un teléfono colgado de la oreja hablando sin cesar con personas invisibles. Me lo decía otro amigo argentino que es dentista pero cree que es psiquiatra:

-Tenemos un choque cultural al llegar a España, pibe. Dejamos una sociedad esquizofrénica y acabamos en una paranoica.

Ser nómada de espíritu, artista callejero, es una opción. Otra es pasar una vida engordando el culo en un puesto de trabajo a riesgo de que, si viene una crisis, acabes con ellos en la calle para pagar las malas artes de los ricos.