Uno lleva muchos años -quién sabe si demasiados- como observador político y a uno le crece, imparable, el escepticismo. Uno ha visto demasiadas peleas políticas, ha asistido a no pocos navajazos, ha escuchado muchas salvas de sal gorda, ha visto incontables rifirrafes sin justificación suficiente como para creerse ahora la última polémica, quizá, a estas horas, la penúltima. Me refiero a la que se ha armado a cuenta de si Esperanza Aguirre debería o no haberse quedado en Bombay hasta que hubiese regresado a Madrid el último miembro del séquito que la acompañaba.

Me parece, la verdad, mucho menos importante el hecho de su vuelta antes que otros que la pregunta de si realmente era tan necesario ese numeroso séquito. Esto último no lo sé -es notable la afición viajera en nuestras autonomías y hasta en nuestros municipios, para no hablar de nuestro Parlamento y otras instituciones; pero puedo incluso llegar a admitir que la pujanza de la economía india justificase la cohorte-. En cambio, lo primero, lo de si el regreso fue o no precipitado me parece un episodio más de la pelea política que nos invade en este país, donde siempre parecemos estar en precampaña electoral. Y conste que lo digo pese a que queridos compañeros están escribiendo, supongo que muy legítimamente estos días, completamente lo contrario.

Si tengo que ser sincero -y esto tuve ocasión de decírselo a la propia presidenta de la Comunidad de Madrid a través de un micrófono-, diré que me alegro del pronto regreso con bien de la presidenta de la Comunidad de Madrid, con quien tengo hondas discrepancias y algunas, aunque menos, coincidencias. No sé qué diablos pintaba ella permaneciendo en Bombay más días, ni en qué hubiese podido servir ella de ayuda, en aquella ciudad que era un infierno, a ninguno de los que hasta allá la acompañaron. Mucho más útil era en Madrid, me parece, coordinando, si necesario fuere, las tareas de envío de auxilio a los que tenían que quedarse.

Descreo, que diría ZP, de quienes predican actitudes de heroísmo innecesario, inútil. Ni considero a Esperanza Aguirre, que va por la vida fresca como una lechuga, políticamente incorrecta, provocadora a veces hasta la exasperación, ninguna cobarde de las que huyen a la menor señal de alarma; más bien lo contrario. Ignoro lo que ocurrió en concreto en aquellas horas terribles en la capital financiera de la India, pero sí me creo las versiones que dicen que la presidenta de la CAM fue sacada casi en volandas, sin demasiada capacidad para la reacción. Y, desde luego, sé que es muy fácil la crítica desde la barrera, desde la seguridad madrileña, cuando no se tiene idea de la angustia, el terror, la violencia, la incertidumbre, el desconcierto, que allá debió vivirse. Desconfío, más aún, de esa crítica cuando proviene de opositores políticos. No juzguéis y así evitaréis, si tenéis la mala suerte de caer en circunstancias semejantes, ser juzgados.

Me parece que hay abundantes motivos para criticar algunos aspectos de la acción política de la presidenta de la Comunidad de Madrid, y más aún de la de algunos de quienes de ella dependen, de su círculo más cercano. Pero no me van a encontrar entre quienes tiran la primera, ni la segunda, piedra contra la cabeza de ´Espe´ por este episodio de Bombay. Bastante han sufrido, ella y quienes con ella viajaron, como para aumentar ahora la zozobra con una de esas polémicas, tan absurdas, que jalonan la vida política cotidiana española. Como le dije a ella, me alegré de escuchar tan pronto su voz, sana y salva, aunque a veces lo que ella dice me ponga de los nervios.