El actor Nicolas Cage ha tenido un malentendido con Hacienda de esos que salen a pagar. Como es una estrella, sostiene que el lujo es para él una necesidad y por eso había desgravado avión privado, alquiler de limusinas, 132.700 euros al año en criados? Lo normal. En Hacienda, que en Estados Unidos se llama cariñosamente Tesoro, le han dicho que no es así. Se entiende la confusión. Lo propio de los actores es representar. Si un actor del método se convierte en estrella, no tiene otra forma de afrontar su nuevo papel que enfangándose en el glamour y el exceso. Otras veces les toca encarnar a un gordo y comen hasta que revienta la báscula. Las estrellas son personas públicas ricas y tienen que comportarse como tales, con unos signos externos que cuidar. Si quieres estar donde te corresponde, debes cumplir con un canon caro que no hay manera, Tesoro, de hacer pasar como gastos de representación.

Eso lo sabemos porque se pide a los ricos que se representen con tanto rigor como se les pide a los pobres. En los años setenta a los mendigos no se les reprochaba que fueran fumadores, salvo que le pegaran al rubio americano. Aún hoy, ¿le daría limosna a un mendigo que tuviera un móvil mejor que el suyo? ¿Y que tuviera un móvil? Los gastos de representación de la pobreza funcionan como ahorros, pero los gastos de representación de la riqueza funcionan como inversiones. Lo saben los actores, cuando representan su status impostándolo un poco, y también sus primos los impostores cuando representan totalmente el status que no tienen.

Este año supimos de un Rockefeller falso, que lo fue durante décadas con más vocación y preparación que algunos verdaderos, y hace meses de Raffaello Follieri, un italiano que engañó a Nueva York y le sopló 2,4 millones de dólares a un amigo de Bill Clinton diciendo tener contactos con el Vaticano. Eso no se hace sin una inversión suntuaria que no se puede desgravar.