Émulo de Don Pelayo, Mariano Rajoy acaba de proclamar en Compostela que las próximas elecciones gallegas marcarán el comienzo de la "reconquista (democrática) de España" por los conservadores. El papel del legendario caudillo asturiano le correspondería en esta cruzada al candidato autóctono Alberto Núñez Feijoo: y los moros a derrotar habrían de ser, por lógica, los socialistas y nacionalistas que actualmente usurpan el poder a las fuerzas de la cristiandad.

Cumple deducir, por tanto, que España en general y Galicia en particular son tierras de infieles en las que los nuevos soldados de Almanzor campan por sus respetos. Eso explicaría sin duda su afición a retirar los crucifijos de las instituciones públicas, por no hablar ya de la Alianza de Civilizaciones que el primer ministro Zapatero ha pactado con el turco.

Por anecdóticos que puedan parecer, no faltan datos que sustenten esta hipótesis. Hasta los canónigos de la catedral de Compostela -poco sospechosos de islamismo- decidieron meses atrás retirar una imagen de Santiago en posición de alancear moros con el propósito de no herir la susceptibilidad de los musulmanes que pudieran visitar el templo. No han de ser muchos los mahometanos que peregrinen desde Roncesvalles a la tumba del Apóstol, pero esa misma incongruencia delata hasta qué punto llega el influjo del Islam en España.

A nadie debiera extrañar, por tanto, que el partido conservador se marque como principal objetivo la "reconquista" de una España que, según todos los síntomas, lleva camino de convertirse otra vez en una especie de Al-Andalus socialdemócrata. Naturalmente, los nuevos infieles lo son en el mero orden político y sólo a modo de metáfora podrían ser equiparados a los sarracenos que durante ocho siglos dominaron la Península. Pero ya se sabe que las palabras las carga el diablo, de tal modo que el término "reconquista" no deja de evocar inevitablemente las viejas guerras de moros y cristianos.

Lo curioso del asunto es que el régimen del general Franco -autotitulado Caudillo de la Cristiandad- mantuvo excelentes relaciones con los países de confesión musulmana. Tanto es así que no dudó en encomendar su protección personal a una Guardia Mora integrada por marroquíes y hasta tuvo la humorada de nombrar capitán general de Galicia -tierra de Santiago Matamoros- al militar árabe Mohammed Ben Mizzian. Se cuenta incluso que los clérigos se apresuraron a tapar ciertas imágenes especialmente agresivas del Apóstol cuando Ben Mizzian visitó la catedral compostelana; pero este detalle anecdótico bien pudiera ser una simple leyenda. Y resulta del todo falso, lógicamente, que Franco le encargase alguna vez al musulmán en funciones de capitán general de Galicia la tradicional ofrenda a Santiago. Algo así resultaría impensable en la España del nacional-catolicismo.

Poco o nada tiene que ver la actual derecha española con el franquismo, por más que su presidente fundador y refundador sea un ex ministro del ala liberal del régimen como Manuel Fraga. De ahí que su apelación a la "reconquista" (electoral) del poder rompa en cierto modo con la "tradicional política de hermandad" con los países árabes que el Caudillo mantuvo hasta el extremo de autorizar la construcción de un cementerio islámico para los miembros de su Guardia Mora.

No sería lógico que los musulmanes -salvo Bin Laden y su cuadrilla- se sintiesen ofendidos por el uso de la palabra reconquista que tanto evoca las hazañas de Don Pelayo. Si acaso, podrían molestarse nuestros vecinos y sin embargo amigos asturianos: gente guasona que suele presumir de que sólo Asturias es España "y el resto, tierra conquistada" al infiel. Fieles votantes son los que buscan, en realidad, Feijoo y Rajoy en Galicia para emprender desde aquí el asalto a La Moncloa. Otra cosa es que lo consigan, claro.

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