En las últimas jornadas de Liga se dieron resultados con abundancia de goles y amplias diferencias en el marcador final entre los contendientes. La gente (quiero decir los aficionados a ese deporte) está encantada porque España es un país fundamentalmente de secano y ver llover goles sobre los campos de fútbol produce tanta satisfacción como ver llover sobre un campo de hortalizas. Las razones para explicar el fenómeno también son de tipo agrícola y tienen que ver con un conjunto de circunstancias afortunadas, que no siempre se dan, como ocurre con las cosechas excepcionales. Unas veces se da el caso de que el buen momento de unos equipos coincide en el tiempo con el mal momento de otros. Por ejemplo, los jugadores del Barcelona comenzaron el campeonato en un estado de forma sensacional, con una compenetración casi mágica entre ellos y todo lo que intentaban hacer, por complicado que fuese, les salía redondo, con esa rara sincronía de los ejercicios circenses largamente ensayados. En cambio, el Sporting de Gijón, que venía de una estancia de años en Segunda, debutó en la competición con una ansiedad y una agitación de espíritu que ponía plomo en las piernas de los jugadores. Los primeros partidos resultaron catastróficos y la escuadra rojiblanca encajó varias goleadas seguidas (entre ellas un 1- 6 precisamente contra el Barcelona) hasta que la mala racha se quebró. Pero, también puede ocurrir que la fecundidad anotadora, además del bien engrasado juego de conjunto, coincida con un periodo de especial buena puntería de algún delantero. En ese sentido, la prensa catalana recordaba estos días que el ya fallecido Ladislao Kubala, aquel extraordinario jugador que fue internacional con Checoslovaquia, con Hungría y con España (seguramente un caso único en el mundo), tiene el record de goles en un partido de la Liga española al haberle marcado siete al Sporting de Gijón en un partido que terminó con el resultado de 9 -0 a favor del Barcelona. pese a que el portero asturiano fue el mejor de su equipo. Corría entonces la temporada 1951- 1952 y el astro centroeuropeo asombraba en casi todas sus actuaciones. En esa misma campaña, el conjunto azulgrana le ganó 6- 1 al Celta de Vigo y Kubala marcó cinco goles. Pocos porteros se libraron de caer rendidos ante el sortilegio de las botas de aquel atleta rubio que hubiera merecido un verso tan encendido de entusiasmo como el que Rafael Alberti le dedicó a su compatriota Platko antes de la guerra civil. El Barcelona de Kubala, Suárez, Evaristo, Villaverde, Eulogio Martínez, Segarra y tantos otros, deslumbraba. Al Deportivo coruñés le metieron 0-7 un año y 1-6 al siguiente. En uno de esos partidos, que yo vi de niño, el público de Riazor le llegó a pedir a Kubala que marcara un gol y lo hizo de tacón para regocijo general. Llovió muchísimo aquel día ya tan lejano. Existe la falsa creencia de que los campos embarrados y resbaladizos por el agua caída son un freno para los equipos muy técnicos y favorecen el juego duro de los equipos inferiores en calidad, pero no es cierto. En esas circunstancias suelen acentuarse las diferencias porque los jugadores más hábiles dejan clavados a sus oponentes con una finta. Si es que no los sientan de culo. Así hacia Kubala. Un genio.