Casi tan económicos como los africanos del "barato, barato", los trabajadores gallegos les ahorran a sus patrones unas quinientas mil pesetas de sueldo al año en comparación con los del resto de la Península. Así lo aseguran al menos los contables del Instituto Nacional de Estadística, que acaban de cifrar en 17.000 euros el salario anual de quienes aún conservan su empleo en Galicia. Una suma bien lejana de los 19.680 euros que por término medio perciben los asalariados españoles.

Peor sería aún si cotejásemos nuestro sueldo con el de los felices trabajadores de Madrid, distrito federal, que ganan 23.622 euros al año o, lo que es lo mismo, un millón cien mil pesetas más que un empleado gallego. Y algo parecido habría de suceder si la comparación se hiciese con los navarros, vascos y catalanes cuyas nóminas exceden también en un millón anual -peseta arriba o abajo- las módicas ganancias de los currantes de Galicia.

Pero no hay mal que por bien no venga. Puesto a hacer de la necesidad, virtud, el G obierno gallego no dudó en subrayar meses atrás el bajo coste de los trabajadores del país como atractivo para seducir a los inversores que pudieran estar interesados en montar sus fábricas en este reino. Por desgracia, un innecesario exceso de pudor hizo que los dirigentes del Instituto Galego de Promoción Económica retirasen la oferta de su pagina web tan pronto se difundió la noticia.

Craso error. A falta de otros incentivos -aunque tal vez los haya-, Galicia y sus gobernantes están en el derecho y hasta en la obligación de promocionar los bajos costes salariales del país como aliciente para atraer a aquellas empresas dispuestas a dejarse aquí los cuartos a cambio de la promesa de sustanciosas plusvalías.

Además de ser una mano de obra barata, barata, los gallegos trabajan de promedio una hora y pico más que el resto de los españoles, según una anterior estadística del Gobierno que, salvo error u omisión, sigue siendo válida todavía. La oferta de una hora más de trabajo y 2.680 euros menos de salario debiera ser por fuerza imbatible frente a la de otros reinos más perezosos de la Península, aunque ciertamente no podamos competir por ahora con la extremada laboriosidad y baratura de los chinos.

Probablemente eso ayude a explicar el dato -en apariencia incongruente- de que los índices de paro estén por debajo de la media española en Galicia. Salvo lo baratos que le salimos a los empresarios, casi ningún otro factor justifica que este país de baja renta por cabeza cuente en cambio con un razonable nivel de ocupación de sus trabajadores.

Todo esto ya lo intuyó hace un par de siglos Paul Lafargue, el yerno de Carlos Marx que en su divertido ensayo a favor del "Derecho a la pereza" culpaba a los gallegos de ser -entre todos los españoles- los que más devoción profesaban al trabajo.

Lafargue atribuía a ese vicio la degeneración física de los galaicos, en contraste con la esbeltez de cuerpo que su supuesta holgazanería proporcionaba a los andaluces en particular y a los españoles en general. Pero esas son discutibles cuestiones estéticas que no vienen al caso. Lo que realmente importa es que, si además de trabajar como negros, los gallegos aceptamos una paga inferior a la de los demás vecinos de España, parecería lógico que las empresas se nos rifaran con la feliz consecuencia de que el paro bajase aquí hasta niveles estadounidenses. A tanto no llegamos, pero casi.

Por si eso fuera poco, los vecinos de este extremado reino del noroeste también le salimos baratos al Estado. Cierto es que la envejecida población de este reino consume más medicinas que la media española, pero a cambio le ahorramos al Gobierno los miles de millones de euros que cuesta el tren de alta velocidad y otros equipamientos de los que otros territorios disponen ya desde hace décadas. La Galicia del barato, barato es toda una ganga para España.

anxel@arrakis.es