La detención en Ripollet (Barcelona) de dos adolescentes implicados en el asesinato de una niña de 14 años -tras golpearla salvajemente, acabaron degollándola- es una de los hechos más estremecedores de los últimos días. Más allá de especular con las circunstancias que facilitaron tan alevoso crimen -la niña fue atraída al encuentro fatal con sus asesinos a través de un chat de Internet-, lo que en éste caso conmueve hasta el estupor es la inusitada violencia desplegada por los dos menores, que han acabado reconociendo su crimen.

La banalización de la violencia, la deshumanización del otro que delata este caso debería remover algunos de los criterios sobre los que se asienta la filosofía que dio pie a la Ley del Menor. La visión "roussoniana" que inspiró la mencionada ley está fuera del tiempo, la idea de que el hombre es un ser esencialmente bueno al que la sociedad hace malo, está más que desacreditada. Desacreditada por los hechos y conductas -malas_- de muchos adolescentes.

Estamos ante un caso -como lo fue el de parricida de la katana- en el que la sociedad espera que la Fiscalía de Menores esté a la altura sancionadora que reclama un crimen tan brutal.