Dulce, elegante y bronceado de nacimiento, el candidato Obama ha montado varios mítines dirigidos a los europeos y, en especial, para los habitantes de Berlín, la ciudad más supersticiosa del continente. Los españolitos los han seguido por televisión entre noticias sobre la fealdad del Euríbor y un género de anuncios raros que los sociólogos no acaban de explicar. Por si no lo han observado, gran parte de nuestros spots publicitarios se dedica a ensalzar las virtudes de nuevos pegamentos para la dentadura postiza y de remedios y yogures varios que favorecen el tránsito intestinal. El estreñimiento es una buena metáfora de la falta de liquidez. No era difícil para Obama imponerse al desgaste senil de la boca o a las flatulencias y almorranas ocasionadas por la dieta mediterránea.

Afortunadamente, no todos los españoles son personas normales. De otro modo no existirían Nadal ni Sastre ni Torres ni los larguiruchos de la canasta, sanos desde los dientes al trasero, que han desencadenado lo que un periódico europeo llamaba "la locura estival del deporte ibérico". Nuestros políticos, en cambio, son tan del montón como los franceses, los ingleses o los suecos. Y, en el fondo, seguimos manteniendo la esperanza de que el salvador de la humanidad nazca en un Belén norteamericano. Ahí entra Obama.

La función de los iconos es aparecer en público. Tras la desastrosa actuación blancosajona de George Bush y su desprecio por la moral y la legalidad internacional, llega un verdadero aspirante a los altares. Obama debe de ser consciente de su ambición de icono decente, fraternal, internacional y a contracorriente. Joan/Juanita Baez aplaudía desde las páginas de "Le Monde" este retorno de la esperanza. Pero el americano medio, analfabeto en geografía, está confuso al ver a un probable presidente haciendo campaña en el extranjero. Obama ha iniciado tal vez el peligroso camino de otros iconos americanos -tipo Woody Allen-, idolatrados en Europa e incomprendidos en su propio mercado de influencia.

Es complicado convertirse en icono. Quienes tengan la suerte de no haber visto la última entrega de Batman ("El caballero oscuro") se han evitado no solo un tostón considerable sino las torpes peroratas de sus personajes, protagonista incluido, que ilustran las dudas y la sinvergonzonería de los nuevos maniobreros. En la película, Bruce Wayne (Batman) ha perdido gran parte de su eficacia y ha quedado reducido a la condición de fuerza alegal paramilitar. Como Bush y sus compinches, desprecia el derecho de otras naciones, secuestra y tortura. Su enemigo jurado,el "Joker", es un nihilista cuya radicalidad aconseja poner en cuarentena las libertades y, entre otras cosas, postergar la lucha contra las mafia. Perfecto para los países (Estados Unidos, Inglaterra, Italia) que ya han ingresado en el fascismo ""soft", ese que aniquila físicamente al enemigo, solo promulga grandes verdades y, cuando fastidia a sus ciudadanos, lo hace por su bien. Veremos qué hace Obama si no se malogra.