La detención de Radovan Karadzic, que vivía en Belgrado bajo el bondadoso aspecto de un médico naturista, ha servido de pretexto para que se hagan las habituales reflexiones sobre los amables rostros con que se disfraza el mal para embaucarnos. " Era discreto, pero se hacía querer y respetar. Siempre saludaba y sonreía. Era entrañable. Los niños le llamaban Papa Noel", recuerda un vecino. Curiosamente, este testimonio coincide con el que hace Richard Holbrooke, un diplomático norteamericano que negoció con Karadzic, con Milosevic y con Mladic por encargo del gobierno de Clinton. "Tenía unos ojos sorprendentemente tiernos", escribe en un artículo de urgencia tras la noticia de su captura. Y algo muy parecido opina Slavenka Drakulic, una escritora croata que, además de "sus ojos grandes y de su barbilla enérgica" lo reconoce como un personaje carismático. Pero, todos estos juicios de valor no dejan de ser otra cosa que una parte de los aspavientos morales que hace la gente cuando descubre que el criminal vivía cerca de su casa oculto bajo una tierna apariencia. Porque tanto miedo nos da no ser capaces de reconocer el mal por su aspecto externo como intuir que cualquiera de nosotros (honrados ciudadanos cumplidores de la ley) podríamos convertirnos en unos malvados, a poco que las circunstancias no diesen ocasión de elegir ese camino. Hará cosa de un año, fue detenido en Madrid un ciudadano argentino que torturó a presos políticos durante la dictadura militar. Vivía bajo una identidad falsa y trabajaba como zapatero remendón. Los vecinos y clientes tenían una magnifica impresión de él y no podían imaginar que aquella persona cariñosa que trataba con tanto esmero sus zapatos pudiera haberle sacado la piel a tiras a otros seres humanos en una tenebrosa existencia anterior. Habrá que esperar. El juicio de Radovan Karadzic ante el tribunal internacional de La Haya para la antigua Yugoslavia va para largo, salvo que muera en extrañas circunstancias, como Milosevic, antes de llegar la hora del veredicto final. La última guerra de los Balcanes dio lugar a horribles episodios de violencia que nunca serán juzgados por el mismo rasero. Entre otras cosas porque , en esta clase de conflictos, la justicia siempre la administran los vencedores contra los vencidos. La Federación Yugoeslava saltó en pedazos por interés estratégico de los Estados Unidos y de algunos gobiernos europeos que alentaron la independencia de aquellos territorios y dieron alas a los lideres nacionalistas. En medio de aquel caos se desataron las peores pasiones y la barbarie se impuso a la cordura. Y como suele ocurrir en todos las guerras civiles (al fin y al cabo Yugoslavia era un estado donde, mal que bien, se convivía pacíficamente al margen de etnias y creencias religiosas) la tendencia general es recordar los crímenes de los otros y olvidar rápidamente los propios. Posiblemente Karadzic sea un criminal de guerra abominable, pero los dirigentes que propiciaron la violenta voladura de aquel estado, o miraron hacia otra parte mientras se desarrollaba el drama, también tienen alguna responsabilidad. Incluidos los mandos de la OTAN que ordenaron un bombardeo contra Serbia sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU.