Así que, revisadas -siquiera a vuelapluma- las ponencias que viene de despachar el congreso del PSdeG-PSOE, y a la espera de que, como pasa casi siempre, se desmenucen después para consumo externo, proceden un par de reflexiones. La primera para constatar que -como, si se piensa bien, no podría ser de otra manera- el socialismo gallego va por donde el federal. La segunda, que si bien algo más matizada, le ha dado también preferencia a la teología política de la izquierda antes que a las urgencias, obligatoriamente pragmáticas, de la circunstancia económica. Ya se verá cómo le sale.

A falta de los discursos de cierre, que como es natural serán -teniendo en cuenta las fechas preelectorales- casi arengas para tener a la tropa en tensión, siempre aparecen algunas incógnitas que despejar también. Por supuesto que una de ellas será cómo presentarán a partir de mañana los delegados a sus bases lo que en Santiago hubo, aparte los porcentajes de votación, y, otra no menos interesante, el modo de explicarle a los gallegos lo que los socialistas quieren proponerles para la próxima legislatura. La respuesta se hará esperar aún un poco; puede que hasta marzo.

En este punto, tampoco estorbará una referencia al mensaje galleguista del PSdeG y a la concreción de su estrategia para definir este país en el próximo futuro y aún más allá. Y -respetando naturalmente otras opiniones- visto lo visto y oído lo que ya se ha dicho, hubo más izquierda que Galicia. O, expuesto de otro modo, una curiosa manera de casar ambos conceptos potenciando el primero y dejando el segundo, lo galleguista, en posiciones prácticas más abstractas a pesar de las proclamas en sentido contrario. Por eso alguien habló de más ruido que nueces.

Dicho lo anterior hay que insistir en un punto que ya quedó expuesto: ahora mismo no parece que este país -aunque tiene mayor conciencia de serlo- esté más a la izquierda, en términos de calle, que hace cuatro años y por lo tanto no se sabe bien si la apuesta congresual por un mayor ritmo de progreso tendrá un respaldo lo bastante claro como para dejar lo del "cambio tranquilo" que se predicaba en 2005 y darle un arreón. Y, en todo caso, si lo hacen va a ser llamativo porque, pese a lo que se repite, cambio cambio, lo que se dice cambio -social, claro-, mucho no hubo.

Más allá de los respingos que este tipo de análisis provoca entre los incondicionales, queda aún el estrambote: a poco que se considere despacio y sin aspavientos, lo que hay se parece más a lo que había hace cuatro años que a lo que prometieron solemnemente que habría ahora. Verdad que aún hay plazo para corregirlo, pero poco.

¿O no...?