Hay momentos en la vida en que te llega el amor y te aturde igual que otros en que parece una goma de mascar con sabor a naftalina; los hay en que suspiras por todo aquello que has dejado atrás y otros en que recibes aviso de que ha llegado el tiempo de un cambio si es que quieres seguir mirando hacia adelante. Eso le pasó a un amigo que consiguió obtener 540 de trliglicéridos en sangre lo cual, si se ve con pesimismo, viene a ser como los síntomas de una "pájara" en la ascensión ciclista de la vida pero, contemplado con optimismo, no es más que una alta cota conquistada por las intrincadas rutas del placer gastronómico. "A mí me llaman el 540", dice mi amigo con sorna, haciendo del pecado virtud y del 540 un grado superlativo, una escala honorífica aunque, como siempre que se asciende demasiado, tenga el riesgo de caída abrupta en el vacío.

Estaba uno viendo en la televisión los actos del Día da Patria Galega en Santiago y, de repente, se le antojó que aquello parecía también una hipertrigliceremia, un día de alto contenido de grasas en el sistema circulatorio de la realidad gallega. Diríamos más bien un shock dislipémico porque semejaba un subidón caótico en que todo se confunde para volver el resto del año a los valores analíticos normales. En la pantalla se mezclaban ese día, cada cual de lo suyo pero todos con patriótico fervor, castas diversas, como ácidos grasos saturados con otros monoinsaturados: allí, los que iban a la catedral a besar al apóstol Santiago, patrón de España; allá, los que iban a las calles a ciscarse en España deificando o victimizando a Galicia; acullá, los que ni lo uno ni lo otro sino el anual baile de máscaras del Panteón de Gallegos Ilustres... Si habláramos en términos porcinos, muy respetables para quienes sabemos del alcance socioalimentario de tal animal, Santiago era como un cuerpo aquejado por un derrame lípido con un interrogante latiendo en el fondo que pudiera parecer de carácter sanitario pero no. Es sólo un modo llano de formular lo que habitantes de la política o la cultura de diversa factura disputan hace tiempo en los papeles sirviéndose de conceptos gaseosos para que nadie entienda: ¿Qué grasas tienen menos colesterol? ¿Acaso las de "porco" celta? ¿Quizás las de cerdo ibérico?

Volviendo al principio, igual que mi amigo desdramatiza sus 540 de triglicéridos y lo ve como el impuesto justo de muchos placeres vividos, toda ese bullicio lípido en mestizaje que se vio en Santiago, desde los que se quieren separar a los que quieren juntarlo todo pasando por los del medio y los que van de miranda (nacionalistas, españolistas y turistas), debe interpretarse como muestra de vida. Ese aparente conflicto de grasas concilia la justa resistencia de un sistema cultural gallego con un sentido común popular que no permite guías espirituales que piensen que el cielo que iluminaron los fuegos artificiales es área jurisdiccional gallega, incluídos sus dioses.