Tras la sonada entrevista con Rajoy, Zapatero va a mantener este lunes una espectacular serie de encuentros con los portavoces parlamentarios. A unos les concederá más tiempo, a otros menos -ahí salen perjudicados el otrora fiel aliado Gaspar Llamazares y la ex compañera de partido Rosa Díez-, a todos les explicará más o menos lo mismo: ha llegado la era del acuerdo, del consenso básico en torno a los grandes temas del Estado, la primera piedra en este edificio de pactos y fin de la crispación se puso en la cumbre con el presidente del PP y ahora se puede continuar con las restantes formaciones políticas. Y lo mismo con sindicatos y patronal, con quienes ZP se reunirá pocas horas después. Todo un maratón en el que el jefe del Gobierno tendrá que hacer una exhibición de su famoso talante, desplegar su encanto y su poder de convicción frente a unos portavoces que ya no son, como en la pasada legislatura, sus aliados tácitos. Y que no creen en una reedición de aquellos pactos de La Moncloa.

Zapatero teme, sobre todas las cosas, que le toque ahora a él padecer la soledad que le tocó vivir al Partido Popular en la anterior legislatura. Pero su reacción a la crisis económica le ha granjeado desconfianzas -aseguran que al menos uno de los expertos con los que se reunió el pasado jueves le cantó algunas verdades-, su nuevo gobierno de los cien días no acaba, salvo excepciones, de remontar el vuelo y el propio presidente parece vivir horas algo bajas, pese a su talante imperturbable.

Así que el encuentro con los portavoces, en una jornada que sin duda será extenuante, tiene las mismas ambiciones cosméticas que la desafortunada fiesta de los cien días organizada el pasado martes por el PSOE en la Casa de Campo madrileña. De este encuentro saldrá cada cual ofreciendo su propia versión, pero puede adelantarse que algunas de ellas -la del PNV, la de algunos miembros del grupo mixto- será bastante más dura que la positiva reacción registrada por el nuevo Mariano Rajoy a su salida de La Moncloa.

ZP ya no tiene varita mágica. No más varita mágica, al menos, que el apoyo que todos puedan prestarle ante una crisis económica que ha ido derrumbando, una a una, todas las declaraciones presidenciales de optimismo y triunfalismo. Pienso que, esta vez, el genio de la comunicación se ha equivocado y no ha sabido transmitir a la clase política, y menos aún a la ciudadanía, la dosis de confianza necesaria. Tal vez le haya faltado salir a las pantallas de las televisiones en un programa como el que protagoniza el visitante Hugo Chávez, ese Aló, presidente en el que el mandatario venezolano se despacha a gusto ante sus paisanos. De momento, el Aló, presidente se limita a las paredes de La Moncloa, con los portavoces parlamentarios por toda audiencia.