De forma escueta, los medios nos acaban de informar que la OTAN ha contratado a uno de los publicistas más destacados de Coca-Cola, de nombre Michel Stopford, para formar parte de los servicios de estrategia de la organización, bajo el mando directo de su secretario general. Tras su nombramiento, el señor Stopford (qué apellido más apropiado para el personaje de una novela de intriga) ha declarado que su misión no consistirá en "mejorar la imagen de la organización, sino en dotarla de instrumentos de comunicación dignos del siglo XXI". Es difícil de creer que la dedicación principal de este hombre no sea la propagandística. Y aún es más difícil de tragar todavía que la OTAN (la más poderosa alianza militar del mundo) no disponga desde hace mucho tiempo de sofisticados instrumentos de comunicación, espionaje y análisis sociológico. Tanto los que son propios del mando coordinado como los que pertenecen a cada uno de los países que forman parte de ella. Por la misma época en que se puso en marcha la OTAN (4 de abril de 1948), el gobierno de Harry S. Truman ya había creado en el Instituto Tecnológico de Massachussets un departamento de investigación sociológica para la CIA. Y a partir de esa fecha se financiaron generosamente los trabajos de psicología social y propaganda encubierta urbi et orbe. Labor que no sólo no ha cesado sino que ha ido en aumento. Es obvio que, desde la caída del muro de Berlín y la incorporación de los llamados países satélites de la URSS a la OTAN, el papel de esta organización ha evolucionado sustancialmente. Ya no sólo es una alianza defensiva entre los países ribereños del Atlántico Norte (fundamentalmente) sino una coalición ofensiva que actúa a lo ancho y a lo largo del mundo (Yugoslavia, Afganistán, etc.). Además de un peaje obligado para entrar en el selecto club económico europeo. Por ejemplo, España, Portugal y los países del antiguo bloque soviético entraron antes en la OTAN que en el Mercado Común. La subordinación de la alianza a los intereses estratégicos del imperio norteamericano son tan evidentes que no hace falta insistir demasiado en resaltarla. Por eso mismo, este intercambio de expertos en propaganda entre la Coca-Cola y la OTAN no deja de recordarnos la extrañeza que causó entre algunos congresistas norteamericanos el nombramiento de Charles Wilson, presidente hasta entonces de General Motors, como secretario de Defensa del gobierno de Eisenhower. Ni su famosa contestación: "Lo que es bueno para nuestro país es bueno para la General Motors, y viceversa". Coca Cola es una poderosa multinacional que vende un refresco de fórmula secreta que se consume en todo el mundo. Sus ingeniosas campañas de publicidad han conseguido asimilar la marca con el ideal de la alegría de vivir, con el supuesto estilo de vida americano y con el mito de la fuente de la eterna juventud. El margen de beneficios que proporciona ese agua tratada con algo es fabuloso. En la misma línea de sugestión colectiva, suponemos que el señor Stopford querrá convencer a la gente de que la OTAN es una organización de caridad. Algo así como una ONG con ejercito propio, que mata las moscas a cañonazos.